Volver al olor, volver al color, volver al calor de África.
Mariposas en el estómago, por la emoción, por el miedo, por la responsabilidad.
Todo, una contradicción. Querer venir y a la vez pensar ¿para qué?
Para cerrar un círculo quizás o para despedirme de estas escapadas a la realidad.
El caso es que estoy aquí de nuevo.
Chad ha sido siempre mi espina clavada por no volver. Como el primer beso o el primer amor, están ahí.
Ahora que he llegado, todavía conmocionado del viaje, con mi francés queriendo salir, sentado en la soledad de la habitación, muchas cosas han cambiado y todo sigue igual.
Tengo wifi y aire acondicionado, aunque estoy con el ventilador.
La mosquitera cubre la misma cama y me traje las sábanas de hace 15 años.
El hospital está idéntico por fuera, el edificio Cabrini, los depósitos de agua, la escuela de enfermería y el comedor. Sigue allí la caricatura que pintó Javier en 2010 con todos los de entonces, Farha ya murió, la imagen parece una foto antigua con colores sepia. Casi no me reconozco.
El rio permanece igual y distinto. He ido a verlo nada más llegar, le pont étroit sobre el rio Chari ha cambiado tanto… el puente sobre el que siguen pasando las siluetas de una vida cotidiana y fantasmagórica, a pie en moto o bicicleta porque los coches no cabían, tiene detrás le pont des chinois, un puente amplio para el tráfico. Pero las aguas crecidas del rio siguen inundando el barrio de Walia. El recorrido desde el aeropuerto hasta Le Bon Samaritain, me ha permitido ver que la miseria es infinita, no hay redención para los pobres, por más tiempo que pase, seguirá habiendo barro en sus calles y edificios que parecen sacados de un campo de batalla.
Acabo de salir de la habitación porque oía ruido en la terraza y me he encontrado con Camino, una ginecóloga madrileña que lleva aquí cuatro meses y estará al menos un año. Gente valiente a sus 30 años y dos como ginecóloga, venirse aquí a batallar con lo imposible.
Me adentro en el corazón de las tinieblas, para descubrir si existe el alma o es simplemente un desafío para autoafirmarme. Cuando acabe, no se habrá cerrado ningún círculo, ni el mundo habrá virado un ápice de su desbocada dirección hacia el abismo. De la experiencia sólo se salvan las personas que atraviesan el camino que recorro, que casi siempre contradicen mis malos augurios sobre la maldad del mundo.