
Como el rio Congo que nos sumerge en el corazón de las tinieblas de Joseph Conrad o la infructuosa búsqueda de las fuentes del Nilo que emprendió Livingston. Como la metáfora de la vida en las coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique o la obra de José Luis Sampedro que titula este capítulo, los ríos han sido siempre fuente de literatura. No es que la mía lo pretenda, pero los ríos marcan el paisaje y lo construyen. Son alegoría de la vida, quizá porque son agua, el elemento hacedor de la vida. En la fuente de la Piazza Navona se representan los cuatro grandes ríos: El Nilo, el Ganges, el Danubio y el Rio de la Plata representando lo cuatro continentes. En la plaza de la Virgen de Valencia preside su ágora la fuente del Turia con las ocho acequias que riegan la huerta y el cuerno de la abundancia.
Un rio es el sistema arterial y venoso de las ciudades, las baña y les aporta lo necesario y recibe a cambio sus desechos. Pareciera un ser inerte, indolente, que se limita a pasar sin involucrarse con las vidas de los que lo comparten, pero no es así, los ríos definen a los Hombres y ellos al rio. Ambos son simbióticos y antagónicos, ambos confluyen y divergen, se aman y se ignoran, pero no se pueden evitar. Ambos son parte del cambio entre ellos mismos. Decía Heráclito de Éfeso: “ningún hombre se baña dos veces en el mismo rio, porque no es el mismo rio y él mismo no es el mismo hombre” El agua que corre buscando el mar, hace que cada instante el rio sea otro, adquiera nueva identidad, aun conservando su apariencia. Lo mismo le pasa a quien llega a sus aguas, somos distintos cada segundo que pasa, nuestras aguas también corren hacia el infinito o la Eternidad como nos gusta creer.

Del hospital debo contar pocas cosas porque como podéis imaginar hay más desgracias que las que yo puedo digerir, pero cuando miro el Chari se me pasan algunas penas.

“El río Congo es un curso de agua tan poderoso que llega a espantarte. Es tan hermoso como temible, tan dulce como salvaje. Es un río humano, un río con alma, el río que más se parece al corazón de los hombres, porque alberga en sus aguas las fuerzas de lo maligno junto a los latidos de la ternura. Es tan humano que da miedo.”
Javier Reverte: Vagabundo en África