El mundo se mueve y sus inquietos ocupantes van de un lado para otro.
¿Por qué recorrer kilómetros de distancia, abandonar la placidez de la monotonía y la seguridad del hogar?
Está en nuestro ADN. Desde que el hombre salió desde estas tierras no ha sabido pararse. Es posible que la rutina acabe en aburrimiento y sea un motor para escapar, pero con seguridad el viaje va más allá de la huida. Es un cambio de compás que estimula el espíritu. Una curiosidad insaciable, la búsqueda de lo que no se posee, la voluntad de conocer y prosperar.

África es el continente donde quizá es más fácil perder el sentido del bien y el mal. Es posible que estos sean sólo conceptos para los que pueden permitirse pensar en ellos. No hay bondad o maldad en sus actos, hay supervivencia. Vencer la miseria que arrastran cada día. Viven en condiciones denigrantes, casas que no merecen ese nombre, hambre e insalubridad. Quién puede ser bueno en esas condiciones, simplemente se adaptan a esas necesidades impuestas, las aceptan y tratan de esquivarlas como mejor puedan, con lo que sea. Si traigo material del hospital y lo dejo en quirófano desaparece, alguien lo roba sin duda, no es maldad es necesidad. Lo más lacerante es que junto a esta miserable vida hay ricos cuya riqueza ofende. No existe el “buen nativo” o el “salvaje”, todo se une para combinarse en una especie de revoltijo tan idéntico al del “buen samaritano” o el bróker inmisericorde, donde a veces los papeles se intercambian.
Tal vez viajar es como dice Javier Reverte en el libro “Vagabundo en África” que me traje conmigo: “es tan sólo una carrera contra la vejez y la muerte”.