Trump sentado desolado en su despacho oval, o quizás cabizbajo y pensativo sentado en el retrete. El príncipe destronado, el rey depuesto, el campeón de los ganadores siendo un perdedor. Esa es la imagen que me sugiere el silencio de este maleducado hablador, de este fanfarrón.
Lo imagino pensando:
“Ser o loser, ¿cual ha sido el problema? por qué el infortunio ha venido a truncar mi carrera llena de éxitos. Debo afrontar la realidad o enfrentarme a los terribles demonios que pretenden desalojarme de este trono que me pertenece por derecho.
Acaso debo dejarme arrebatar el cetro, morir al fin, o luchar por volver a vivir las mieles del poder. Soñar es ganar y debo sobreponerme a esta pesadilla. Vivir es soñar. Soñar es renacer. Como el ave Fénix remontaré el vuelo y volveré para aplastar a mis enemigos.
¿Pero debo entonces reconocer mi fracaso? ¡Nunca! El silencio de mi sepulcro no será otra cosa que un grito de rabia. Mi mortaja se niega a ver en esta Casa Blanca otro huésped que no sea mi persona. No hundiré una daga en mi pecho, no daré ese placer a los que mintieron y no entendieron mi mensaje. Soy un triunfador, el emperador de los que aman América, mi América.
“¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales,
la insolencia de los empleados,
las tropelías que recibe pacífico
el mérito de los hombres más indignos,
las angustias de un mal pagado amor,
las injurias y quebrantos de la edad,
la violencia de los tiranos,
el desprecio de los soberbios?
Cuando el que esto sufre,
pudiera procurar su quietud con sólo un puñal.”
Hamlet: III acto, escena 1.
La parca no hará de mi un cobarde, muchos de los míos corren ahora como conejos a esconderse, twitter me ha traicionado, pero sigo teniendo 180 puñales para tuitear. Que se preparen para ver salir de este edificio al luchador que nunca fue derrotado en el ring de la vida, al hombre que nunca perdió la calma. Yo soy el gladiador invicto. Mi venganza se servirá con el frio de la muerte para todos ellos.
“Pero… ¡la hermosa Melania! Graciosa niña,
espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones.”
Es posible que más que la derrota le ha lacerado el alma (o el ego), no ser reelegido, como lo fueron la mayoría de los presidentes americanos. Eso significa (a pesar de los muchos votos) reconocer que encendió el combustible suficiente como para hacer estallar su imagen. Y quizá por un instante se vio como un perdedor.
Desde lejos su fracaso nos parecía algo evidente. Su honorabilidad se había perdido hacía tiempo, sus racistas, machistas y rancios comentarios, sus desafortunados por no decir maleducados comportamientos y sus peligrosas políticas, nos hacían pensar que esto tenía que pasar. Pero en realidad, no ha faltado tanto para estar otra vez, todos equivocados, como la anterior ocasión con Hillary (como con el virus). ¿Qué tendrá este perdedor que ilusiona a muchos? ¿Tan enfermo está el mundo?