Ahora que todo el mundo está contento del Plan de Paz en Gaza, que los silenciosos gobernantes ven el vaso medio lleno de un líquido llamado esperanza por la que nunca levantaron la voz. Ahora que tras dos años de genocidio, de las más crueles maneras de masacrar un pueblo, se abre un hilillo de luz, yo no siento ese alborozo general. Me doy asco a mí mismo por pensar que todo es una Trumpa, un burdo señuelo urdido por dos psicópatas. Me doy miedo porque empiezo a dudar si soy en realidad un conspiranoico.
Quién dice que no puede ser verdad que Netanyahu harto de asesinar niños, no ha considerado la posibilidad de acabar con los bombardeos y aquí paz y después gloria. Ni que Trump, su factótum, no merezca el Nóbel de la Paz o incluso el de Medicina, después de las convenientes advertencias a las gestantes para evitar el paracetamol y sus anteriores aportaciones acerca de la ingesta lejía en el Covid.
Es posible que esta mente lúcida, investida del poder que otorga la democracia consiga una tregua a la que seguirá una paz que no sea la de los muertos. Él, ser supremo, máximo pontífice, primus inter pares, Rex o imperator, consigue abrir las aguas del mar muerto para los Israelitas y los conduce con su cayado a la Tierra sagrada, mientras los palestinos observan atenta y famélicamente su beneficiencia. Una pax romana obtenida por la fuerza, sin dialogo, impuesta, porque su voz es la misma que la del Altísimo y no requiere la opinión de sus vasallos. Corifeos y mentores a sueldo santificarán los 20 puntos del acuerdo.
Es posible que luego de liberar los rehenes, cualquier excusa sirva al asesino para retomar la matanza y su benefactor dirá que es en legítima defensa. No me creo que después de todas las atrocidades cometidas en los últimos setenta años y las recientes brutalidades, haya llegado de repente el momento de la Paz.
Qué asco me doy porque no veo más que maldad en ese acto de ultraje, donde el asesino quedará impune, donde los 66.000 muertos yacerán en la tierra que soñaron, donde en los vivos se habrá sembrado la semilla del odio que permanecerá para siempre. Maldito sea yo, que no aprecio como seguramente lo hacen los ya desnutridos gazatíes la urgencia de parar el hambre y los bombardeos a costa de lo que sea, renunciando a cualquier atisbo de dignidad.
Un aplauso general romperá el silencio cuando las bombas callen y no dejará oír el llanto de los que en aquel desierto de ruinas habitan.
Me cagoenmi por ser tan ciego y sordo a la bondad de los líderes del mundo. Por no ser complice de esta alegría general.