El mundo es ahora un lugar apátrida, la sociedad en la que vivimos perdió todos sus referentes y busca nuevos mitos. En el Antiguo Egipto, en la Grecia Clásica y en el Imperio Romano, los dioses dirigían el orden del Universo, marcaban el camino y establecían leyes que servían para dar una base a las conciencias. El Credo estaba escrito y era de todos conocido, representado en los teatros, más o menos respetado, pero constituía la columna vertebral de la sociedad. El Cristianismo y el Islam entre otras religiones monoteístas se apropiaron de los mitos y los convirtieron en los acontecimientos vitales de su Dios, en los hechos de sus profetas, sus enseñanzas pasaron a ser Leyes. Tanto se usó el nombre de Dios en vano por parte de sus voceros, de sus máximos sacerdotes, de sus imanes, que el Dios Perfecto, el molde en que mirarse iba perdiendo brillo, se convertía en un fantasma que asoma en el momento de la muerte pero que ya no nos resulta creíble ni satisfactorio. Buscamos un antidios que destruya la maldad del dios impuesto. Tienen razón los que desde los púlpitos amenazan que el mundo se ha vuelto descreído, que los hombres se han alejado de Dios, es cierto y deberían golpearse el pecho porque gran parte ha sido su responsabilidad.
Pero el Hombre no sabe vivir sin modelos, no somos capaces de transitar el mundo como el cínico Diógenes desprendiéndonos de toda posesión para buscar la verdad. Necesitamos agarrarnos a alguna creencia que sustente nuestra visión del cosmos. Han florecido como en la primavera las nuevas religiones que toman como fetiches los mitos de antaño y los rebautizan. Predicadores, santones, iluminados y estafadores han ideado mil formas de adorar al dios que mejor calentaba su ego o su ambición. A este propósito se han unido también los políticos.
Junto a estas religiones oficiales han aparecido otros movimientos que son la expresión laica de la adoración a un nuevo dios. Estos modelos ya no fijan la atención en una figura celestial que encarna todas las virtudes con el poder de aniquilarnos o bendecirnos. Son las culturas alternativas que nacieron de la protesta contra el statu quo, los rebeldes contra el sistema, buscadores de una nueva filosofía que no persiga a un líder. Pero hasta en las nuevas filosofías huérfanas de dios, muchos serán nombrados ídolos, símbolos del nuevo concepto. Los movimientos nacidos de la posguerra: Beat, hippie, punk, grunge, incluso los Rastafari nacieron para reivindicar los opuestos, romper con lo convencional, alcanzar un nuevo modelo de perfección o la imperfección absoluta como símbolo de la belleza, que es otra manera de entender lo bello. De todas ellas el movimiento hippie fue el más arrollador por su filosofía libertaria, contracultural, pacifista y naturista. Quizá el que más contenido espiritual y conceptual acerca del Hombre y su relación con el Universo tenía. Esa pulsión hacia la Naturaleza libre, sin prejuicios, sin límites tuvo su propio recorrido y pasó de moda. Somos seres cíclicos, repetimos los esquemas y les cambiamos los nombres, pero mantenemos las conductas. Ahora conviven los pijos reconvertidos en hispter, los hippies transmutados en veganos, mezclados con los nuevos beatos, los agnósticos, los ateos recalcitrantes y los que no disponen de tiempo para plantearse cual es su posición frente al mundo, que son la gran mayoría y corren el peligro de convertirse en manada.
No reniego de ninguna de las decisiones personales de adherirse a cualquiera de las opciones que tu generación te acerca. Pero disiento profundamente de la filosofías que entrañan la renuncia como norma. Admito que mi filosofía transcurre por los caminos de Epicuro, el hedonismo no es una perversión si se entiende como la satisfacción del Hombre y la búsqueda del placer. El placer de no renunciar a lo que el mundo te ofrece y como único límite el daño a los demás, porque provocaría su negación del placer a otros. El egoísmo ya no tiene cabida en ese concepto, la búsqueda de la propia felicidad puede estar basada en la felicidad del entorno. Epicuro hablaba de algunos deseos como innaturales e innecesarios. La fama, el poder político, el prestigio personal, producen generalmente un placer efímero y que suele acabar en la perversión del fin mismo. Aconsejaba no arriesgar la salud, la economía o la amistad en la persecución de un placer innecesario.
Lo bueno del placer depende de cómo se busca y hasta dónde llega. La felicidad se alcanza cuando se aprende a distinguir el verdadero placer. Me reconozco en estos preceptos. Si puedo, tras cubrir los que son las necesidades básicas que Epicuro llamaba deseos naturales, quiero llenar la vida de placeres. Un vaso de vino con los amigos y la familia, pan, carne, pescado, verduras y frutas, palabras, risas, olores fragantes, tiempo compartido, café interminable, licor que enturbie el ánima y la haga volar convirtiéndonos en nuevos dioses. Todo aquello que la naturaleza nos ofrece tomarlo con la generosidad de compartirlo, tratar de actuar sin causar el mal a otros, viajar, entender, aprender, llenar la vida de contenido, disfrutar de una película tanto como de un esfuerzo, escuchar la música para serenar el alma, leer y escribir para hacerla más sabia. Y con esa sabiduría expulsar a los falsos profetas, a los políticos falaces, a los dioses paganos, a las filosofías de enciclopedia.
El Hombre debe ser el fin de sí mismo.
“EN LA VIDA HAY QUE EVITAR TRES FIGURAS GEOMÉTRICAS; LOS CÍRCULOS VICIOSOS, LOS TRIÁNGULOS AMOROSOS Y LAS MENTES CUADRADAS”
MARIO BENEDETTI