UNA PINZA EN LA NARIZ PARA SER FELIZ

domingo, 14 de noviembre de 2021

   Este es el primer gran acuerdo de una legislatura donde la oposición ha pasado todo el tiempo considerando ilegítimo el gobierno, mientras bloqueaba para su beneficio la renovación de los órganos judiciales. Un acuerdo para renovar el caducado Tribunal Constitucional.  Honestamente me repugna la forma en que se ha hecho, necesito hojas de menta en las fosas nasales para resistir el mal olor. Enrique Arnaldo es un personaje carente de cualquier atisbo de imparcialidad, que vaya a formar parte durante nueve años (o más como ya vemos) del Tribunal Constitucional es triste. La degradación de la institución es tan grande que ni con pinzas es posible soportar su tufo. No puedo entender que los partidos del Gobierno se presten a un trueque de órganos judiciales amañados, dar credibilidad a un impostor que se presenta con todas las cartas boca arriba demostrando quien es realmente. PSOE y Podemos no pueden prestarse a ese cambalache perverso, ni con pinzas anti olor, ni con emplastos para el dolor de barriga. Simplemente es inaceptable. Los representantes elegidos y que constituyen el gobierno emanado de las urnas, no pueden ceder a esta clase de trampantojos políticos para investir a un probado ímprobo, como juez de uno de los Tribunales más altos de nuestro país. Han degradado la política, han degradado a sus representantes que pese a reconocer votar con una mano atada, con una pinza en la nariz, han dado por bueno ese nombramiento. Vergüenza. Respiro sólo levemente al ver que once se negaron a acatar una orden inmoral, pero no es suficiente. El daño recibido por la izquierda es mucho mayor que el que debería recibir la derecha al proponer a ese candidato, incluso aunque eso haya aireado las razones por lo que era propuesto, que no era más que el pago de favores. El del master y la licenciatura exprés de Casado y muchos otros. Nos toman por idiotas al intentar justificarlo. 

   No tenía intención de escribir acerca de la náusea que supone votar en contra de los principios éticos por responsables políticos. Supongo que muchos están acostumbrados, pero este descaro me sobrepasa. Sobre todo, cuando el argumento cínico e hipócrita de esta derecha con rasgos fascistas es que pretenden despolitizar la justicia. Me he sentado a escribir después de oír en Salvados al ex diputado Alberto Rodríguez, un hombre que me ha parecido de una honestidad apabullante. Su expulsión del parlamento inventando argumentos extrajudiciales, es claramente una maniobra política de esa justicia politizada que no hace que todos los españoles seamos iguales ante la ley, si no justo lo contrario. Atenta contra el propio sistema democrático privando de representación a miles de hombres y mujeres que lo votaron por su integridad. Me produce una sensación agridulce su caso. De una parte, es una demostración de que el parlamento puede ser un lugar para gente honrada, que los hay (mi memoria y admiración hacia Labordeta). En contraposición la podredumbre inunda el hemiciclo y creo que no hay pinzas suficientes para aplacar el mal olor. Eso me entristece. Se empieza votando a un corrupto y se puede acabar perdiendo la libertad al dejarla en manos de tiranos. 

   Pensé titular el escrito: “mi reino por una pinza” pensando en el grito de Ricardo III en la obra de Shakespeare “mi reino por un caballo”. En su batalla más decisiva el Rey, ordenó rápidamente preparar su caballo, apremió a sus sirvientes. El herrero preso de temor si no cumplía con la orden de su Rey dejó un clavo mal fijado en la herradura de su caballo. En plena batalla el caballo cayó y dejó a su jinete a meced de su oponente que le dio muerte. Cada detalle cuenta en la vida debe ser cuidado, en una democracia, en un trabajo, en la política. No podemos aceptar dejar clavos herrumbrosos en nuestros zapatos, no dejaran que caminemos hacia un futuro honroso. 

Por un clavo se perdió una herradura.
Por una herradura se perdió un caballo.
Por un caballo se perdió una batalla.
Por una batalla se perdió un reino.


         Mon Laferte. Tu falta de querer