LOS OJOS TRISTES DE LAS MUJERES

lunes, 24 de noviembre de 2025

   Hay algo que es invariable, las mujeres que están en el hospital, casi no miran a los ojos, hablan en voz muy baja, casi imperceptible, hacen pequeños gestos como respuesta a las preguntas. Sus ojos están siempre tristes. Son como pájaros atrapados en una trampa. Tienen miedo y razones para tenerlo. Las veo en la sala de dilatación con dolor, no gritan, pero se agarran al barrote de la cama, se desencajan las caras, saben que hay un largo trecho hasta el parto. La sala de dilatación es compartida, dos espacios de 4 camas separados por el pasillo, no hay cortinas, cuando vienen las madres están allí todas juntas. Los ojos de todas ellas son tristes. La sala de partos no es menos desoladora, sin alma, no hay dibujos, ni fotos, ni vinilos con paisajes, sus paredes lisas verdes, de verde intenso, no invita a la esperanza. También hay dos espacios separados por un tabique, pero comunicados. El potro (al que nunca llamo así porque no me gusta, siempre digo silla de partos, aquí merece ese nombre) es una silla de partos antigua, con un hule negro fácil de limpiar, sin perneras. Tras el parto se levantan y vuelven andando a su cama. Incluso cuando están ingresadas y tiene a su hijo o hija que está bien, pasas visita y siguen con esa mirada llena de miedo. A veces les pregunto si están contentas y me dicen que sí, le digo sonríe y esbozan una sonrisa. 

   Algo que me impresiona sobremanera son los niños muertos, no puedo acostumbrarme, se me encoje el alma de pensarlo. No lloran a los niños muertos, seguro que están rotas de dolor, marcadas por la muerte de su hijo, pero no lloran, asumen, bajan la cabeza, entristecen más lo ojos y callan. Forma parte de las posibilidades, quizás algunas piensan que así lo ha querido dios, no lo sé. 

   Pero no son así las mujeres en África, las veo también en la calle y saludan a los amigos, se chocan manos, sonríen, ríen, se burlan de las cosas que les dicen los chicos, coquetean. No son diferentes a otras mujeres, en España o en cualquier parte del mundo supongo. A pesar de su miseria que se percibe por sus ropas, por los bultos que llevan sobre sus cabezas o los hijos amarrados a la espalda, se le ve diría que felices, al menos las jóvenes. Las estudiantes de enfermería del hospital igual que los estudiantes de medicina, se les ve la diferencia en los vestidos pero exhiben los mismos ritos, las mismas cosas de gente joven que vemos en nuestras calles. 

   El hospital crea un clima de tristeza que se introduce por los poros y trasciende el alma, corroe a las personas, deprime el espíritu. No se pueden hacer hospitales hospitalarios, acogedores, supongo que no y menos en África donde parecen más hangares de sufrimiento, almacenes de dolor, con paredes de cemento y armazón de hierro, toldos para la lluvia y jardines entre los pabellones que pese a que algunos tiene flores el polvo les ha quitado el brillo y la alegría. 

   El otro día, estando en la habitación empecé a oír gritos, gritos ensordecedores, desesperados, desgarradores. Había muerto una niña de unos cuantos años, no lo puede saber y su madre con sus tías, su familia gritaba desesperadamente por el pasillo mientras la llevaban al depósito, me daba incluso miedo asomarme a verlos, porque imaginaba lo que era, ya lo había visto antes. Insoportable. La triste realidad paralela que se vive en estas tierras, nosotros metidos en la burbuja de jabón y azúcar no somos conscientes de que de alguna manera todos somos responsables de lo que ocurre en otros mundos, no de forma individual, pero si colectiva. 

   Ya veis, hoy me ha dado por el drama, el gran drama de la vida. Escribirlo y visitar el rio me cura parte de las heridas.

   Viajar es crear, retienes en la memoria y la retina imágenes y experiencias que debes luego modelarlas para poder contarlas