El Ser de
agua y aire
No hablo de hombres adinerados, de los simplemente
ricos, sino de los hombres poderosos,
aquellos que llevan escrito en la frente la marca del que sabe (Amancio Prada).
Los simples mortales somos carne perecedera, polvo
que volverá al polvo primigenio, de donde surgió. Los pobres formaran si acaso
un fino rumor de ceniza que apenas dejará huella. Cuando hablo de los pobres no
me refiero a los que rebuscan en los contenedores y afean las calles de las
ciudades, también los humildes formarán parte de ese destino fugaz. Apenas un
remolino levantado por la brisa de la tarde, esa será su huella en el Universo.
El tiempo se olvidará de ellos tan pronto llegue la calma.
Los ciudadanos relevantes, aquellos que creen ocupar
un lugar, los que creen haber abandonado el anonimato y caminan con paso seguro
por la vida. Ellos conocen su propia materia, saben de su composición y su
final, pero confían ciegamente en el recuerdo de sus descendientes para no
volatilizarse en el instante de la muerte. Esperan ser una nube de polvo
lanzada al mar o levantada desde una montaña donde una vez manifestaron querer
reposar. Sus cenizas se elevarán en el aire remontando como un pájaro los
cielos, harán una cabriola, formarán un pequeño torbellino, una espiral que
juegue durante un instante desafiando la tierra y finalmente caerán dejando una
pequeña huella gris.
En todos ellos la verdadera sustancia es la tierra a
la que volverán, se borrará entonces su presencia, quedará si acaso una esquela
en su tumba.
Pero ¿Cuál es la esencia de los poderosos? ¿Los que
rigen los destinos de la Humanidad están formados quizás de otra materia? Son seres
de aire, la fuerza que mueve las tormentas, el ímpetu de los vientos que
arrasan los campos, que cambian la dirección de las veletas. Aire contaminado e
infecto con partículas de hollín en su vientre, toda la contaminación que ayudaron
a crear es ahora expelida y su aliento huele a podrido porque regurgita la
carroña que devoraron. Son huracanes que arrastran hasta su vórtice todo lo que
encuentran dejando la desolación y la nada. Aire que ocupa todo lo que existe
para quedar reducido a un vacío. Tras su muerte el aire no perecerá, no se
someterá a la esclavitud de la carne, seguirá recorriendo campos y valles,
atormentando sus gentes. Son indestructibles y siempre quedará de ellos el
recuerdo de su paso aniquilador. Siendo su materia aérea vagarán hasta el
infinito por las galaxias, hasta que el propio Universo se desvanezca en el
colapso venidero. Vivirán hasta que el Tiempo acabe, pero no tendrán paz. No
podrán disfrutar del frescor de la tierra recién mojada, del olor de los pinos
o de la humedad salina de la brisa marina.
Los poderosos, hombres que pueden firmar sentencias
de muerte con tanta facilidad como ordenar un bombardeo, que gobiernan sobre el
precio del trigo, capaces de hundir los mercados con una señal de su mano,
arrastrando a la miseria al resto de los mortales. Esos hombres deben ser de
agua si es que el aire no es su materia. El agua de los maremotos, de los
tsunamis, el agua de los diluvios de dioses vengadores. Ellos son los que con
su fuerza renuevan la savia de las civilizaciones destruyendo lo que a su
criterio sobra, aniquilando lo que puede convertirse a su juicio en perverso.
Como el agua limpian el mundo, de la misma manera que los hombres comunes
baldeamos las calles, ellos arrastran la suciedad hacia las cloacas. Su materia
es el agua y son como el río Alfeo con que Hércules barrió los establos de
Augías, turbulentas corrientes, impetuosas torrenteras, cataratas de agua
fuerte. Llevaran en su corriente los lodos que crearon, irán sucias de
chapapote, arrastrando cadáveres rio abajo, cegando los ojos de los puentes con
troncos y ramas. Cuando llegue su fin no
sucumbirán al infausto destino de los que son devorados por los gusanos. Su
cuerpo de agua huirá de la podredumbre y seguirá arrastrándose por valles y
riberas, desembocando en océanos hasta que se desequen los mares, hasta que la
última gota sea absorbida por el sol, correrán horadando la tierra,
desenterrando los cuerpos sepultados. No serán destruidos hasta el final de los
Tiempos, pero no hallarán la paz de los que estaremos bajo la tierra sintiendo
el calor de la tarde y la frescura de la mañana.
A esos titanes, esos hombres poderosos e invencibles,
cuya naturaleza de agua o aire les dará la inmortalidad, les deseo una
Eternidad sin descanso para que purguen sus crímenes y no encuentren la paz de
los mortales.