EL FUTURO INEXISTENTE

domingo, 31 de marzo de 2024

   En la primavera de la vida, en los albores de la percepción de la existencia soñamos con el futuro. Bajo el árbol sin sombra se construyen planes imaginarios, se relatan proyectos inciertos, se espera ver crecer en sus ramas los frutos que quizá nunca maduren. Caminamos el camino con un rumbo que creemos nos llevará al destino soñado, pero sin brújula, sin mapa, sin luz que alumbre la senda en la oscuridad de la noche, ¿Quién sabe dónde nos lleva? Vemos el futuro preñado de sueños convertidos en realidad, proyectos acabados, esbozos de vidas de otros adaptadas a nuestros deseos. El futuro es lejano y de luz, brilla como un faro que señala las costas del mar impulsivo, las rocas donde rompen sus olas. Es confianza, certidumbre, credulidad. 

   En el verano del tránsito hay futuros agostados por el calor, por el inclemente y sofocante esfuerzo, por la sequía pertinaz de agua de vida. Hay árboles que han empezado a madurar sus frutos y otros que merced a la calima y el poniente, muestran sus hojas marchitas y secas, arrugadas como viejos prematuros. En los otros se sonrojan las mejillas de sus cosechas, endulzando su materia, conteniendo las semillas que prometen nuevos futuros esperanzadores. 

   El otoño es un tiempo a veces triste, siempre gris por sus tonos, con días de sol cubierto o nubarrones que anuncian la tormenta. En ese tiempo se mira el futuro con desgana, con la pereza y el miedo que imprime lo desconocido, lo incierto. El hombre que entreabre apenas los ojos para ver y no ver, para escrutar la dirección del golpe que la vida le guarda. Es el hombre frente al abismo, la sima abierta delante de sus pies y que irremediablemente tendrá que cruzar para seguir el camino. El futuro, insondable para los adivinadores, para las sibilas del oráculo, un devenir impredecible, una oscuridad que acecha, un monstruo que devora nuestros sueños, los que dimos por muertos o los que sólo fueron una imagen fugaz. El futuro es un tiempo de desesperanza porque la fe se perdió en el camino plagado de baches y piedras, de desengaños y certidumbres perdidas. Es un tiempo empañado por el pasado, irremediablemente pretérito y añorado. Un devenir inalcanzable tan cercano y tan esquivo, tan deseado como temido, modulado por el humor del presente que tan a veces emborracha como entristece. 

   Desde el invierno se ve el futuro como siniestro. El hombre ya cercano a las sombras, percibe el olor de la sepultura, el roce de la parca. Difícil sonreír a la ineludible vuelta a la nada, dar por concluido el tránsito. Mirar a los ojos del vacío y pensar: lo hecho, hecho está y lo inconcluso quedará para siempre inacabado. Afrontar la finitud, el recuerdo como existencia, el amor como presencia, las cenizas como toda corporeidad, es un reto para sabios y profanos, para pobres y soberanos, para creyentes y ateos. Nada es tan oscuro como el presagio de la muerte, nada puede compararse al desánimo por vivir, al último hálito que se exhala sin saber si será verdaderamente el último, pero que ya no importa que lo sea. Sólo agarrado a la esperanza de que más allá del presente fugaz exista un futuro figurado. Negro invierno preñado de negros pensamientos. 

   ¡Ábrete a la verdad! 

   El futuro es un tiempo inmaterial, inexistente, ficticio, pensado pero irreal, aunque a pesar de su etérea incorporeidad, es tan presente que marca nuestra vida más que el propio presente. No existe el futuro como no existe el pasado. Lo que pasó no forma más que parte del ahora a través del recuerdo y la emoción. El futuro no es más que una ensoñación, una nube de posibilidades construidas con la ambigüedad de lo posible o lo deseable. La única realidad es el presente, el ahora, ni siquiera el segundo atravesado merece ya atención, como no la necesita el segundo que vendrá. La vida vivida minuto a minuto con la certidumbre de su finitud y su inmensa fragilidad, pero con la incomparable belleza del momento vivible puede constituirse en el motor de la felicidad. Disfrutar de la eternidad del instante.

Pedro Pastor ft. La Muchacha - Sacar La Rabia