FAKE MATE

sábado, 13 de mayo de 2023

   Nos hemos acostumbrado a las mentiras en la vida pública, sobre todo en la política. Ya nos hemos familiarizado con la palabra fake news, habitual en el lenguaje de los medios. 

   No pretendo aplicar el octavo mandamiento como ley moral: “No darás falso testimonio ni mentirás”. Al fin y al cabo, todos hemos dicho mentiras más de una vez. Bienaventurado quien no ha cometido nunca ese pecado, pero personalmente no es la condición necesaria para despertar mi confianza. 

   La cuestión radica en que no todas las mentiras son iguales y no se les puede dar el mismo significado. Quizá la más reconocible de las mentiras aceptables es la mentira piadosa. Es la mentira que se dice para evitar un daño a una persona por la que se siente estima. Es tan disculpable, que incluso tiene más de mérito que de pecado. En medicina la comunicación de malas noticias tiene un concepto que es decir la verdad soportable. Se debe ser veraz y benevolente, sin sentimentalismo, pero sin crueldad. Eso vale para casi cualquier aspecto de la vida. No creo en la asertividad absoluta. Mentir para no molestar puede ser perfectamente lícito. “¿Qué te ha parecido mi libro?” Aún siendo infumable optaría por una fórmula más amable que decir la verdad absoluta. Entre otras razones porque no existe esa verdad cuando se trata de opiniones. 

   La verdad entraña trampas que tienen mucho que ver con el orgullo, con la sinrazón (pura contradicción), la soberbia, incluso con la barbarie. No es difícil poner ejemplos como en “honor a la verdad” (a la propia o la del grupo) se han cometido y se cometen crímenes. La historia de la política y la religión, entre otras, está llena. 

   La mentira además, es capaz a veces de crear una ilusión , romperla es casi un delito. No dejar soñar a los niños con los Reyes Magos es como mínimo reprobable. Hasta la ley permite al reo mentir en su defensa, en esa gran mentira que es la Justicia (eso daría para otro capítulo). 

   Pero no nos confundamos, no toda mentira vale. Ni podemos basar la vida refugiados en la utilidad de la mentira. La maldad de la mentira está en la intención. La que se dice sin voluntad de engañar, por pura ignorancia o error, merece como mínimo disculpa. Sobre todo, si se acaba reconociendo el error.

   La que es imperdonable, es la mentira cochina, la falsedad intencionada, la estrategia basada en la falacia para obtener un rédito y un mérito que no se puede conseguir por métodos lícitos. Eso que minimizamos utilizando el anglicismo de fake, es una insoportable concesión a los villanos, sean mentirosos compulsivos, aprovechados, listillos o sinvergüenzas. Lo inadmisible es permitir que esos personajes cobren su prestigio, su fortuna a costa de mentiras podridas, de engaños permanentes, de torticeras teorías conspiranoicas, de bulos intencionados. 

   En tiempos de incertidumbre, en la oscuridad de la duda, en la pobreza mental o en la ignorancia cultural existe un sustrato ideal para el cultivo de estas estrategias que por paranoicas que parezcan calan y consiguen el objetivo de desnortar a los individuos, de conseguir que cambien el objetivo de sus odios, de dirigir sus decisiones. Este es el riesgo de la infoxicación que padecemos, la manipulación a través de información a propósito errónea, por muy absurda que parezca. El terraplanismo, el rociamiento químico de las nubes, la inserción de microchips en las vacunas, el gran reemplazo… Vamos acostumbrando nuestra mente a convivir con opiniones que atentan claramente contra la verdad, pero en ocasiones planteadas por personas aparentemente veraces o “importantes” actúan como disruptores sociales. 

   Estamos en tiempo de elecciones y las promesas electorales, las falsas promesas, las verdades a medias, las buenas intenciones, los programas, las consignas, los propósitos, los eslóganes, la propaganda política, los rumores maliciosos, las hipérboles, las descalificaciones, se mezcla todo en un batiburrillo donde distinguir la verdad de la mentira resulta a veces complicado. Es importante conocer al personaje, saber de sus intenciones y de sus precedentes, es importante analizar lo que dicen y lo que hacen o hicieron. 

   Cuando escucho a Ayuso manejar conceptos como el del salario mínimo: “sólo falta que el Gobierno ponga un salario mínimo a los etarras al salir de prisión por dejar de matar”, la justicia social: “ La justicia social es un invento de la izquierda que promueve la cultura de la envidia” banalizando y manipulando problemas como la vivienda con la okupación: “hay muchos casos en los que una persona mayor se va de vacaciones o al pueblo y cuando regresa le han okupado la casa” sosteniendo que el fenómeno está aumentado en todo el país, cuando todos los datos la desmienten y creando un enemigo común, que son los pobres, me enerva. Las estrategias políticas basadas en la mentira me producen asco. 

   Pero la más peligrosa de las mentiras es la que nos podemos decir a nosotros mismos, el autoengaño. Engañarse diciendo que todos son iguales. No tomar partido en las opiniones, no salir de la zona de confort, eludir la responsabilidad social que comporta tomar posición. Somos y seremos responsables de los Gobiernos que tenemos y que vendrán, estamos obligados a desbrozar la verdad de la mentira en nuestro beneficio y el de nuestros hijos. 

   No votar es dejar que otros decidan por ti, es faltarnos a la verdad, pura ignorancia.