OTRA VEZ EN AFRICA

lunes, 1 de diciembre de 2014

     Otra vez el tiempo. Me obsesiona su concepto, no sé bien porqué pero siempre que llego a África hablo de él. La percepción del sutil paso del tiempo y de la vida.

 Acabo de llegar a Maputo y la mente se me entretiene con imágenes que seguro hubiera dejado pasar si no estuviera en esta tierra de luz. Ayer salimos a las tres con el AVE que llegaba a las cinco a Madrid. El avión tenía su salida a las ocho y media, pero lo habían adelantado una hora la semana anterior, con lo que íbamos muy justos de tiempo. Teníamos que llegar a Atocha, tomar el cercanías a la T4 del aeropuerto y desde allí la lanzadera o el autobús hasta la T1 desde donde cogeríamos el avión. Si había que estar dos horas antes por ser un vuelo internacional, sabíamos que estábamos claramente fuera de horario. Carolina y yo notábamos además de las cosquillas en el vientre propias del viaje a lo desconocido, una cierta angustia por el tiempo que parecía correr en nuestra contra. Ya en el tren, cuando llegábamos a Madrid bajamos las pesadas maletas del estante superior de los asientos y nos colocamos en la puerta, como velocistas dispuestos a salir corriendo en el momento que sonara el disparo, en nuestro caso cuando el tren se detuviera. Estábamos en el tercer vagón y otros como nosotros bajaron del primero y el segundo, subimos las escaleras mecánicas y caminamos rápidamente por el tramo superior de la estación que lleva hasta la nave central, en el trayecto íbamos dejando atrás a los viajeros que habían ido bajando de los primeros vagones, caminábamos  como corredores de marcha, arrastrando las maletas como si fueran perros atados a la correa que no desean salir a pasear, tirábamos con fuerza de ella a cada cambio de sentido para sortear y adelantar a los que nos precedían. Cuando llegamos a la estación éramos sin duda los primeros del AVE en que habíamos venido. Miramos los relojes cinco y siete minutos. Durante el viaje Carolina había consultado los horarios de los cercanías al aeropuerto en su móvil. A las 5.15 había uno, pero el siguiente salía a las 5.45h, no podíamos perder el de las cinco y cuarto. Apretamos el paso hasta las escaleras que bajan a la estación donde están las taquillas y los accesos a los andenes de cercanías. Llevábamos los billetes de tren que te permiten sacar billete hasta el aeropuerto, las máquinas automáticas leyeron el código de barras de nuestros billetes y vomitó los tickets que daban acceso a la zona de andenes. Estábamos en tiempo 5.10, no habíamos mirado el número de vía, recorrimos la sala leyendo los paneles que anuncian el destino sin encontrarlo, preguntamos, vía uno, corrimos de nuevo, bajamos escaleras preguntamos otra vez, aquí era 5.12, había tiempo. Aún así el tren tarda unos veinte minutos y hay que buscar la combinación para ir a la T1. Nos decíamos a nosotros mismos, antes de las seis llegamos. Durante el viaje se detuvo un rato por acumulación de trenes en Chamartín, lo que faltaba. Llamaron de la Agencia de cooperación, si estábamos en el aeropuerto. Falta poco les dijimos. 5.45 en Barajas.

-Perdone, ¿la forma más rápida de llegar a la T1?
-Tomad el metro y vais hasta Barajas pueblo y desde allí lleva a la T1. Teníais que haber cogido el metro desde Atocha y haber parado en Nuevos Ministerios.

Que hace la gente que cuando te ve desesperado te da las soluciones que ya no están en tu mano. Todo el mundo sabe lo que tenías que haber hecho cuando te equivocas. Pregunté a un guardia de seguridad y me dijo que mejor el autobús lanzadera. Seguimos las indicaciones del autobús, tomamos un ascensor, bajamos, miramos, preguntamos (con cara de prisa).

-Allí delante a la derecha bajareis por una rampa que lleva al exterior, el autobús para allí mismo.

Entre tanto me llamó mi cuñado para despedirse.

-Lo siento Nino, estoy en el aeropuerto y vamos pillados de tiempo. (¿pillados le dije? ¿Acaso el tiempo nos había arrollado como un tren? ¿nos tenía atrapados con los hilos del segundero como si fuera una maléfica araña dispuesta a atacarnos cuando estuviéramos ya inmóviles?)

-Vale, buen viaje. Cuídate. (pensé pobre Nino encima que llama, pero lo olvidé al instante, ahora lo recuerdo)

Bajando vimos el autobús que conecta las terminales, estaba llegando. Subimos las maletas que ya formaban parte de nuestros cuerpos, eran nuestros perros fieles. Me acerqué al conductor (ella) se iba a comer un donut, supongo que aprovechando la parada. Antes de que lo mordiera le dije intentando ser amable ya que le cortaba el gusto de ponerlo en su boca.

-Que aproveche. Perdona que te moleste, ¿tardará mucho en salir? ¿cuántas paradas hay? ¿cuánto tarda en llegar a la T1?

La verdad, no puso cara de fastidio. Quizá me comprendía, esa misma pregunta se la habrían hecho miles de pasajeros acuciados por las prisas. Para ella sería como un dejà vu, un bucle en el espacio-tiempo que se repite a cada parada.

-Salimos en dos minutos. Las paradas se anuncian por megafonía. Es la última y tardaremos entre 12 y 15 minutos según el tráfico.

Le agradecí su voz, era más dulce que las grabadas en cinta, aunque el mensaje parecía ensayado, no se diferenciaba mucho de los pregrabados. Entonces mordió el donut. Era como decirme ya te respondí lo que me preguntaste. 6.15 h. Cada parada del autobús, cada anuncio por megafonía parecía hacer correr el segundero. A las 6.35 llegamos a las puertas de embarque 232-234 donde había que facturar. Había dos o tres personas facturando aún, las azafatas del mostrador no nos dedicaron ninguna mirada que pareciera contener reproche alguno. Parece que habíamos llegado. Costó diez minutos embarcar. Buscamos la puerta B23 y con sorpresa vimos que allí no había nadie, nadie haciendo cola, nadie en el mostrador, sólo gente sentada en los asientos de aquella gran sala, la mayoría negros y el cartel del mostrador claramente anunciaba Roma-Addis Abbeba. Teníamos hambre y ahora parecía que nos sobraba tiempo. Justo en frente había una hamburguesería, miramos el reloj y dijimos vale, desde allí podíamos ver el mostrador y si anunciaban el embarque acudir. Pedimos dos hamburguesas y agua. Le pregunté al camarero: ¿Tardan mucho?, lo juro que lo pregunté. Ahora me parece una pregunta absurda, en un lugar de comida rápida preguntar lo que tarda. Nos dieron un avisador electrónico que pitaría cuando pudiéramos pasar a recogerla, no nos movimos de la barra mirando como la hacían a la parrilla. Si hubiera podido hubiera avivado el fuego para que fuera más deprisa. Comimos aquel manjar, en serio, estaba buena, con cebolla, tomate, patatas paja y oímos el anuncio de embarque.

En la parada técnica que el avión hizo en Roma se incorporó Andrea, el pediatra que acompañaría en las clases de pediatría a Carolina. Tenía asiento junto a nosotros, ¿El destino o la informática? Ya estábamos el equipo completo.

En Maputo vino a recogernos Raquel. Habíamos “hablado” por mail. A ella el nombre del Dr. Gironés le sugería algún tipo mayor y en el aeropuerto le preguntó a un tipo gordo español que salió antes que nosotros que habíamos pasado un buen rato con los trámites del visado. Sorpresa mutua, porque también yo me la había imaginado como una gorda que no tenía otra cosa que hacer más que pedirme programas de formación. Es una chica joven, resuelta, guapa. Lleva dos años y medio aquí en Mozambique a cargo de algunos proyectos de Cooperación. Como cualquier Quijote ya se ha estrellado con bastantes molinos, pero le queda la sonrisa. Es la única arma que nunca puede perderse, nos reímos a costa de las imágenes que la red fabrica de quien te escribe desde el otro lado. Fuimos  a comer con ella. Una recepción magnífica.

¿Porqué empecé hablando del tiempo?

Aquí en Maputo también hay furgonetas de transporte colectivo donde caben los que entran y sobra sitio si llega otro o dos más. Los veo en las paradas subir, sentarse apretados y esperar a que salga. Nadie pregunta cuándo sale, es obvio, cuando esté lleno. Nadie pregunta cuánto tarda. No hay indicadores de frecuencia en la parada, horarios escritos en hojas, no se puede consultar en la red, no se indica cuantas unidades de trasporte circulan ni a qué horas del día. Llegan suben, esperan y salen. Así de simple. El tiempo pierde su poder, no trascurre para ellos, pierde su valor y por tanto no les condiciona. No sé como perciben el tiempo los africanos, pero si se que es diferente. Seguramente hay dos clases de tiempo. Si tuviera que ponerme filosófico diría que está el tiempo percibido y el tiempo inmanente. Eso es otro capítulo.