Emanaba
de su cuerpo un perfume suave como el de su nombre. Una sutil
fragancia apenas perceptible, como si el aroma fuera un recuerdo del
que días atrás había aplicado en su cuello y en sus muñecas. Pero
no se trataba del olor de una sofisticada mixtura de extractos
florales que venden en esas tiendas exclusivas. Era la quintaesencia
de la alquimia, el perfume perfecto que apenas si se percibe. Ese
éter purísimo inmanente a su piel y vertido al aire con el
movimiento de su anatomía que no deja lugar a la indiferencia, que
arrastra tras de sí y domina la voluntad. No era posible resistir su
presencia sin subyugar la voluntad a sus deseos. Desde su puesto de
directora jefe de una empresa de diseño y publicidad nada escapaba a
su control, ni los proyectos ni ninguno de nosotros. Desde que llegó
fue moldeándonos a su antojo, creando un mundo propicio para su
comodidad, para su disfrute.
Hablo
de su perfume pero podría hablar del vértigo que producían sus
movimientos, la elegancia de su atuendo, la perfecta combinación de
los complementos. Nada quedaba al azar.
Muchos pagaron el tributo de su afecto y muchos perdieron la razón
por su causa, al menos yo. Una verdadera femme
fatale de película.
No
había sido siempre así. Cuando apareció con su curriculum en la
oficina, nadie pensó en el abultado book
que presentaba, su falda era bastante más llamativa. Ni siquiera las
chicas dejaron de mirar las piernas y su contoneo. Entonces parecía
una buscona con clase. Quería y podía impresionar, ella lo sabía y
lo utilizaba. Hasta ahí ningún reproche se le podía hacer. Muchas
otras habían utilizado las armas de mujer en la guerra sin cuartel
del trabajo, sobre todo en nuestro trabajo que vivíamos de la
imagen.
Narciso,
nuestro jefe de marketing entonces, también lo pensó. Pero valía
la pena detenerse a paladear aquel movimiento rítmico, el ascenso y
descenso de los accidentes de su orografía que no podían ser
ignorados salvo que se tuviera la fatalidad de ser invidente. No lo
disimuló y disfrutó de la visión de una diosa que había tomado
forma humana y que hacía palidecer a Venus misma. Ella no rehuía
las miradas, disfrutaba de ser observada, devorada en cada parpadeo.
El
que hablara francés e inglés era desde luego un mérito nada
desdeñable en aquel oficio, pero el que hablara con aquel timbre
sugerente hacía pensar en horas de aprendizaje ante el espejo, o
quizá era otro don natural. Creo que supo inmediatamente que tras
aquella consabida frase de: “estudiaremos su oferta y la
llamaremos” habría una llamada con seguridad. Dos licenciaturas,
un máster, varios trabajos previos en empresas del sector y una
carta de recomendación de una empresa francesa de cosmética, junto
con fotografías de los productos en los que había trabajado eran
por sí mismos argumentos consistentes para solicitar un puesto de
trabajo en cualquier empresa. Pero tenía el presentimiento o casi
la seguridad de que en la mente de aquel narciso engreído figuraba
además de los méritos que aportaba, el deseo de disfrutar de aquel
otro curriculum intangible que era su cuerpo. Lo sabía perfectamente
por la mirada lasciva que recibía sin pudor y que devolvía con una
invitación a hacer reales esas fantasías.
Por
esa sonrisa de autosuficiencia ya merecía un castigo, por aquella
arrogancia que da el poder, merecía un destino de humillación.
Antes que ella muchas otras mujeres habían caído en las redes de
aquel galán de medio pelo cuyos méritos figuraban en la abultada
nómina y el temor a ser despedido. Antes de darse la vuelta para
mostrar el reverso de su anatomía, dejó caer uno de los párpados
en un gesto que no se sabía muy bien si era casual o premeditado. No
pasó desapercibido el gesto para Narciso, él lo tomó como una
insinuación, como un: “no sabes lo que te pierdes si no aceptas”.
Antes
de una semana Rosa se sentó en la mesa junto a la mía y
compartíamos puesto de trabajo. Su entrada esta vez fue algo más
discreta. Pantalones de ejecutivo y camisa blanca bien abotonada,
pocos complementos y un maquillaje natural que permitían exponer
sólo una parte de su potencial.
-¿Cómo
te llamas?- Me preguntó con una voz seductora, pero no fingida.
-Juan.
- acerté a contestar, sin reparar en que no dejaba de mirarla como
hechizado.
No
le debió de parecer extraordinario que quedara perturbado en este
nuestro primer contacto y tengo que decir que no fue fácil al
principio establecer una relación, digamos normalizada entre
nosotros. Pero fui tomando confianza en mi mismo y empece a
comportarme como correspondería a un compañero de trabajo. Ella
necesitaba que le explicase el funcionamiento de la empresa, el modus
operandi, los entresijos de
aquella compleja maquinaria compuesta por relaciones entre jefes y
subordinados, productos y mercados. Me presté con devoción a servir
a este ángel que había tenido a bien el permitir que la acompañase
en su transito terrenal. Me sentía orgulloso de mí mismo, ante mí
y ante los demás, al estar acompañado por aquella vestal que
acaparaba todas las miradas, toda la atención. Yo sería su maestro,
su escudero o su esclavo si ella lo quería con tal de no perder su
compañía. Fuimos alguna tarde a tomar una cerveza tras acabar de
trabajar, caminamos juntos por la ciudad y sentía como el tráfico
se detenía a su paso para admirarla, como las miradas se posaban en
mí con el interrogante en sus bocas : “¿Quien es ese pardillo,
que acompaña a aquel monumento?” .
Rosa
no era una compañera paciente, quería aprenderlo todo, devoraba la
información. Quería conocer el mercado que manejábamos, los
productos que estaban en cartera, nuestros proyectos, quién
distribuía el trabajo y quién valoraba las propuestas. Era un
torbellino, un vendaval de aire que me obligaba a moverme, a
plantearme preguntas que nunca me había hecho. Pronto comenzamos a
trabajar juntos en algunos proyectos y a presentar ideas. Alternaba
el trabajo de día en la oficina, con alguna tarde de copas con los
compañeros dónde continuaba su misión de aprenderlo todo de
nosotros. Las noches también eran de trabajo, pero de momento a
tiempo parcial. El jefe era el beneficiario de su probada dedicación
al trabajo y por las atenciones que le prestaba, se diría que no
estaba descontento con su tesón laboral. Si Narciso había sido un
tipo odiado por todos los componentes de la oficina, ahora lo era un
poco más si cabía. En lo que a mí respecta era un engendro
abominable que se aprovechaba de su posición de poder. Yo le
dedicaba a Rosa parte de mi tiempo, obtenía a cambio sólo el regalo
de su compañía y algunas confesiones sobre su relación con la
jefatura que para nada quería escuchar. En cambio él disfrutaba de
aquello que para mí estaba vedado. Rosa me contó que había
iniciado una ofensiva también en la dirección general de la empresa
y se había presentado al director general. La palabra presentación
en boca de Rosa era difícil de definir y no deseaba indagar en los
pormenores de la presentación. Esa relación de confraternidad
conmigo dónde no cabía ninguna posibilidad de otras alternativas me
sacaba de quicio. Yo no deseaba ser sólo el confidente, deseaba ser
su amante o al menos su amigo.
Estábamos
trabajando en el lanzamiento de un producto rejuvenecedor facial, en
forma de gel y ella ya me había presentado algunas ideas, varios
diseños con la palabra Magic haciendo alusión a los mágicos
resultados y Ángel por su formato como gel asociado a una imagen de
belleza inmaculada. Aunque alguna de las cuidadas presentaciones con
su Mac las había hecho en la reunión semanal donde se exponían
todos los proyectos de diseño, me confesó que el grueso de la
presentación, la definitiva la había presentado en un pase privado
a Narciso. Él no se había cansado de admirar la presentación y a
la presentadora en aquella velada.
Rosa
había organizado una presentación del gel con una puesta en escena
fantástica. Un cielo azul sobre el que nubes blancas, cirros como
plumas dejaban aparecer un rayo de luz a través del cual descendía
un regalo divino ANGEL,
el nuevo cosmético en
forma de gel que iba a revolucionar la belleza, capaz de trasmitir
vida a las pieles apagadas. Todo ello se materializaba en la
aparición de una figura imponente envuelta en velos con alas blancas
y el rostro de nuestra Rosa convertida en ángel. Una figura que no
podía sino captar la idea del espectador asociándola a el nombre
del producto. Era una idea sin fisuras. Era la estrategia de una
meiga, de una bruja que vertía en los oídos del jefe un bebedizo
con el que quedaría hechizado. No sólo vendía el producto, sino
que se vendía ella misma, pasando de diseñadora a modelo de marca.
Cuando
en la reunión siguiente presentó Narciso el proyecto como una idea
propia, había modificado la cara de Rosa por una de las modelos que
trabajaban para la agencia. Todos supimos que había robado la idea a
nuestra compañera, incluso yo me atreví a decir que el nombre se
había presentado antes por nuestra compañera. No era la primera vez
que sucedía. Nuestro jefe había compensado en numerosas ocasiones
su falta de ingenio con su facilidad por apropiarse del de los demás,
sin el más tibio sentimiento de culpa, sin sonrojo. Todos mirábamos
a Rosa, pensábamos que después de sus sacrificios acababa como
muchas bajo las ruedas del ego del jefe. Creímos que estallaría en
cólera y que denunciaría esta canalla apropiación de su idea, pero
lejos de inmutarse apoyó el proyecto como un proyecto en el que las
ideas de todos habían tomado forma. Narciso se apuntaba el tanto y
no sólo había conseguido “beneficiarse” a Rosa, sino
beneficiarse de lo más importante, de su idea que le proporcionaba
un nuevo peldaño en la escalera interminable del poder. Colocaba a
la vez a aquella mocosa en el sitio que le correspondía, bajo su
égida, debajo de él, tanto aquí como en la cama. Justificaba su
actitud como necesaria porque Rosa había pretendido siendo una
recién llegada saltar al estrellato de la fama, necesitaba imponer
su autoridad ante la osadía de aquella mujer. Estaba bien que fuera
atenta, que le tuviera contento, pero de ahí a dejarse pisar. No
había tenido más remedio que actuar y se había hecho justicia, su
justicia.
Cuando
le llamaron la semana siguiente desde la dirección general ya sabía
que le iban a felicitar, que iban a aplaudir aquel talento que le
mantenía en su trono. No entendió como al entrar se encontraba el
director general con Rosa y le recibían con una cordial sonrisa que
nada bueno hacía presagiar. ¿Qué se traería entre manos aquella
mujer? ¿No había sido suficiente el correctivo de la semana
anterior?
No consiguió entender como el director general le espetaba nada más
sentarse que iban a prescindir de sus servicios y que la empresa
pensaba demandarlo por apropiación de propiedad intelectual. Además
de informarle que ella iba a ocupar su puesto. Había demostrado su
valía y tenía dotes suficientes para el puesto. Aquello era
demasiado para la capacidad de narciso. No salía de su estupor
cuando le mostraron el blog de Rosa con fecha de quince días antes
de que él exhibiera la idea y el testimonio de varios de los
colaboradores que afirmaban que la idea de aquella promoción no era
suya. Lo sé porque entre esos testimonios figuraba el mio, que era
además un encendido alegato en contra de la práctica habitual de
Narciso hacia nuestras ideas.
Esta
vez había rebasado la delgada línea que atravesamos sin darnos
cuenta cuando convertimos lo falso en verdad para nuestro interés,
cuando perdemos las referencias de lo justo si va más allá de
nosotros mismos. Ocurre en muchos ámbitos, el corrupto inicia sus
corruptelas y les da valor de dádiva merecida, va trasgrediendo la
ley y justificando dispendios cada vez mayores hasta que llega al
escándalo. El malvado se inicia simplemente como antipático, pero
su aislamiento lo va trasformando en un individuo antisocial,
encontrando finalmente satisfacción en el dolor ajeno, hasta que
provoca una muerte y se le descubre. El mentiroso es al principio
olvidadizo, no recuerda aquellas falsedades descubiertas, pero va
adquiriendo la habilidad para crear la mentira, para urdir la trampa
de la falsedad hasta que es desenmascarado. Pero a veces existe
aquello que podemos llamar “justicia divina” o simplemente que
cada pecado lleva aparejada su penitencia. La vida nos devuelve lo
que sembramos, es paciente, no tiene un plan prefijado, pero como el
bien, la maldad no puede ser infinita. Siempre existe una horma para
cada zapato. Siempre hay alguien más listo, más malvado o más
afortunado que permite que nos pongamos en el lugar de enfrente.
Lo
difícil es ponerse frente al mundo. Lo complicado es sobreponerse a
la adversidad. Lo valiente es afrontar el “castigo” y vencerlo.
Narciso no podía hacerlo porque le cegaba tanto su propia luz que no
vio como venía de frente la arrolladora figura de Rosa. Su
arrogancia era tal que no imaginaba que nadie pudiera disputarle su
sillón. Cayó desde el precipicio, fue defenestrado sin saber
siquiera que su silla se movía. No supo nunca qué había pasado.
Nunca
averigüé si Rosa había planeado todo aquello, quizá cayó en la
trampa de pensar que su jefe la apoyaría a cambio de su irresistible
presencia y le había contado su proyecto. No dejo de pensar si es
posible que Rosa podía haber previsto que Narciso se apropiaría de
la idea y ya había movido los hilos del director general. No lo sé.
Ella era imprevisible y como después pude comprobar era capaz de
todo. El director general también lo supo antes de perder el sillón,
que había sacrificado por los favores de aquella dama perversa y a
la vez divina. Nunca supimos como llegó al puesto de director, pero
allí estaba ella repartiendo su aroma para todos nosotros.
Ahora
la veo a diario, en la oficina y en las imágenes de aquel
rejuvenecedor facial que hay repartidas por toda la ciudad. Su cara
de ángel, aquel óvalo de piel oscura , flanqueado por las almendras
de los ojos extrañamente azules, glaucos como el fondo de un
estanque en el que los hombres perdían todas las miradas. Su pelo
moreno oscuro, enmarcando el rostro presido por la boca de la que
salían susurros y cálidas palabras de amor.
Cuando
la miro tengo cada vez más la certeza de que mi destino es tomarla
con fuerza por el tallo a sabiendas de que se clavarán las espinas
en mi mano. Pero de momento me conformo con admirarla de lejos. Por
eso me llaman sólo Juan, Juan Sólo.