Esta mañana desde la ventana pude ver una mujer china, menuda, con camiseta beig y pantalón naranja, entre los columpios del parque realizar ejercicios de Tai Chi, mientras, su perro la miraba como extasiado. Yo también estaba un poco hechizado por los movimientos suaves y armónicos, con una música que sonaría quizá en su cabeza o en el silencio de la concentración o abstracción que puede facilitar ese ejercicio. Ha estado más de media hora cambiando de posición, levantando suavemente las piernas, estirando y recogiendo los brazos. Me ha dado envidia. Como me gustaría poder refugiarme en una espiritualidad que permitiera fugarme por un instante de este mundo que me repugna.
No puedo resignarme a seguir viendo a un ejército masacrar a población inerme y hambrienta, con la complicidad del resto del mundo. Retransmiten el horror y pretenden que seamos a su vez cómplices por no salir a gritar asesinos. La geoestrategia permite a nuestros gobernantes mantenerse asépticamente al margen de los crímenes. No son los primeros ni los únicos que suceden, pero que nos restrieguen la maldad absoluta sin poder ni siquiera esperar que como país civilizado, hagamos algo o lo que es peor, contribuir con el silencio a que el asesino siga justificando sus crímenes, requiere mucho Tai Chi para serenarse.
Si aderezamos estas atrocidades con la corrupción institucional, la impunidad de los corruptos (que prescriben sus causas o pagan con un breve tiempo entre rejas sin restituir el daño causado, sin aflorar el dinero estafado). Si añadimos un poquito de sal a la herida de la violencia de género y para dar color al caldo añadimos el odio a los migrantes pobres o a los simplemente pobres. Si el condimento se acompaña del fuego de los discursos xenófobos, de los insultos constantes en el Parlamento (el templo de la palabra lo llaman). Si mientras cuece el potaje escuchamos de fondo la música de un perturbado que a base de amenazas y de la prepotencia que tienen aquellos que portan el arma del poder, vamos cociendo a fuego lento una salsa que no puede ser otra que un cieno. Y el planeta gritando que se muere mientras escuchamos los cantos de sirena de la economía.
Como civilización hemos claudicado, perdimos el rumbo de la decencia y el arrojo para defender los principios que quisimos que fueran el eje fundacional de nuestra sociedad. Los mediocres, los malvados, los supermillonarios, nos han metido en el caldo y flotamos subiendo y bajando en el chup chup de la cocción, somos la patata de relleno que si acaso aplastaran con el caldo antes de comerse la vianda. No somos nadie en el mundo, representamos un teatrillo del que no manejamos los hilos, nos plantamos delante del orate con su embudo en la cabeza y la cachiporra en la mano y decimos: “sí, señor”.
Patéticos. Necesitaría mucho Tai Chi para poder olvidarme de donde estamos y sobre todo de lo que les espera a nuestros nietos.
Ohmmmm!