Siento rabia, indignación y pena por la desgracia enorme que nos ha venido del cielo. Esas aguas turbulentas que bajaron en tromba provocaron tanta desolación en la gente, que mi corazón se siente también desolado. En contrapartida siento orgullo y emoción al ver la respuesta de miles de jóvenes. La generación de cristal no parece que es tan egoísta, no está tan poseída por los móviles como podíamos pensar. Las redes los movieron, fueron una riada benigna de solidaridad y generosidad.
Siento perplejidad, desilusión, desconfianza por los responsables que ignoraron por ineptitud o por desidia las señales de la catástrofe que tan bien les marcaron la ciencia. Por ellos siento un desprecio enorme porque carecen de la dignidad y la humildad para reconocer su error, para dimitir y pedir perdón a las víctimas. Pero a la vez se despierta mi orgullo cuando veo de lo que somos capaces para restablecer lo destruido. Demasiado lento para los afectados, con retraso, pero con entrega: voluntarios, bomberos, UME, policía, guardia civil, militares se han dejado las manos en la tarea de recomponer el roto que la Naturaleza contrariada ha provocado. Devolver parte de la calma al caos.
Me avergüenzo de la violencia que alimentan los que odian aprovechando la frustración de los que todo lo perdieron. Me producen nauseas los que roban a los desposeídos, los que arrojan bulos interesados para ganar audiencia y dinero, los que mienten por interés político. Toda esa escoria me hace tener dudas sobre la naturaleza humana y la maldad que es capaz de expresar. Pero me reconforta ver voluntarios venidos de todo el país, ver gente de campo con sus tractores, escuchar mensajes de verdadera solidaridad y de dolor compartido con los afectados.
Sigo pegado a la pantalla, hipnotizado, contemplando el desastre con una mezcla de dolor y gratitud, de frustración y esperanza. Seguimos en shock por los muertos, por las imágenes que se parecen a una zona de guerra. Me asaltan las dudas de si al final se olvidará el mensaje que lanzó la lluvia. Si como en otras ocasiones todo acabará en un mal recuerdo, en una fecha señalada por la desgracia. Cuando recompongamos las casas, las calles (las almas de los que han perdido a su familia nunca se recuperará), cuando podamos ver de nuevo el sol y el ajetreo en lo que ahora el un erial de barro, ¿Seremos capaces de recordar que este sólo ha sido un aviso? ¿Seremos suficientemente maduros para ser críticos con los que prometen que lo público puede abaratarse sin costes? Esa es la gran prueba que nos espera, si en este tumulto de sentimientos encontrados, sabremos encontrar la salida que nos permita luchar para que no se repita.
Me debato entre la evidencia de los hechos y la duda de si hemos sabido entenderlos. Sentimientos encontrados.

El fang, la pluja, el fang, els carrers plens de fang,
l'aigua, l’aigua caient, a dolls, de les teulades;
els carrers plens de fang, les sabates amb fang, la boira,
el caseriu i l'esgarrany d'un arbre.
El fang, la pluja, el fang, unes coses humides.
He vist coses. Finestres, i genolls, i cistelles,
i ascensors, i prospectes, i he vist la sang dels parts
(i l'he sentida caure brutalment al poal),
i he vist mercats, i grills, i claustres, i telèfons,
i avets, i pèls suats, i gavines, i llànties.
He plorat molt. He vist coses. He plorat molt.
Vicent Andrés Estellés, Llibre d'Exilis (1971)