¿HUELE A PODRIDO?

miércoles, 14 de agosto de 2024

   Yo creía que el Covid me dejaría sin olfato y creo que me ha excitado las pituitarias. Cada día percibo más olores con sus matices y emociones. Es posible, que como voy perdiendo vista y oído, los demás sentidos se agudizan. Desgraciadamente, el sentido común creo que no forma parte de este juego de ganancias y pérdidas, para mí que cuando alcanzas a los 40 ya no se mueve, si acaso mengua. 

   Como decía, vengo percibiendo continuamente señales olorosas que me remueven el pensamiento. De los telediarios emanan los aromas más variados e inspiradores. 

   Lo de Puigdemont es una sutil fragancia que huele a caspa y a  perfume rancio que recuerda a la burguesía decadente, a colonia barata y vodevil, pero más allá del hastío que me produce, no mueve tormentas en mi ánimo. Además oyendo los noticiarios, me viene siempre una pregunta, ¿Porqué a los Mossos (con o) les llaman mosus? Puestos a cambiarles el nombre les pondría “mozos”. 

    A su alrededor sí que percibo el olor intenso de la naftalina y la ropa recién planchada, las togas puestas a secar y las puñetas almidonadas, un olor que sugiere orden y limpieza, pero rememora el cine en blanco y negro. Cuando la naftalina se mete en las fosas nasales, tiene un olor acre y desagradable, surgen del recuerdo los juicios sumarísimos y las ejecuciones, menos mal que está la Ley. 

   Lo que si me revuelve las tripas es el hedor del fascismo que nos rodea. Trato de mover la cabeza, pero allá donde huelo percibo la podredumbre de las ideas muertas, de los muertos mal enterrados, de los estafadores de la falsa libertad, de los patriotas de mierda. No sólo percibo la roña que nos secuestró durante años, veo la brutalidad en los actos y en las palabras. En los nuestros, en los de nuestros vecinos ingleses, franceses, alemanes... Me aterra lo envalentonados que están, han perdido el miedo y presumen de fascismo, es más diría que compiten por quien la tiene más gamada. La pestilencia de sus actos y sus acusaciones fake me producen arcadas. No puedo contener la rabia y la impotencia ante una sociedad plegándose a tamaños bárbaros. 

  Hay un olor que siempre he tenido metido en el bulbo olfatorio, el olor a sangre, ahora se potencia con el de la pólvora y el polvo en suspensión de los bombardeos. Trato de aspirar profundo y cerrar los ojos para ver si se me pasa, pero no oigo el rumor de la esperanza, sólo mis acúfenos. No escucho los gritos de los líderes defendiendo la vida, unos callan, otros hacen pequeños aspavientos que no ventilan el aire viciado del mal, diría que huele a azufre, como si el demonio hubiese bajado al mundo y el Fin de los Tiempos se avecinara esperando la parusía en forma de condena al genocidio. 

   El olor a sal, a mar, a viento en la frente, no sólo no me produce placer, ahora me ahoga como si naufragara y me trae el olor del mar profundo. Siento la sed, el sol cayendo a plomo sobre la piel, imagino los cayucos llenos de niños sin esperanza y las algas que a veces envuelven cuerpos como si de pecios se tratara, en la lengua noto el salitre que me hace escupir blasfemias.

  Pongo a quemar varillas de olor: jazmín, vainilla, canela.. pero siempre se me cuela alguna de incienso que me retrotrae a las misas y los entierros. Los olores de la Iglesia, de blancas casullas y algunas negras almas, de cielos diáfanos y oscuros pecados. Si me concentro puedo ver y oler más la Santidad que la Miseria, pero cada día me concentro peor, se me amontonan los olores y las fragancias, se me confunden con la tufos. 

   Está claro, necesito vacaciones, salir al campo y oler la Naturaleza. Lo prefiero en primavera cuando florece el naranjo y el aroma del azahar inunda mi huerta, excepto si acaban de sulfatar, pero la química de los pesticidas queda poco tiempo en el aire y sólo condimenta el agua, que ya no huele a agua sino a cloro. Ni siquiera las acequias huelen a agua, huelen a acequia, menos mal que suenan como el agua y eso tranquiliza mi espíritu. 

   Me huelo que esto no tiene remedio y me tendré que conformar con los recuerdos a pan recién horneado de mi madre y el puchero, el olor de la vida supongo que cambia con la mirada y la mía se ha ido ensuciando con los años. Confío que mi nieta con su mirada clara, huela el cristalino sabor de vivir y lo disfrute tanto, que sólo los olorosos efluvios de la bondad lleguen hasta su nariz. Siempre nos agarramos al futuro cuando el presente huele a podrido. Si tu también hueles a podrido, piénsalo, quizá estés envejeciendo.


Manu Chao - Clandestino