Desde aquí, subido al pedestal de la impotencia, quiero ser breve.
Mientras caminamos plácidamente en esta nueva Arcadia, en este mundo feliz construido sobre sueños dementes y embebidos del poder de ser los elegidos, veo pasear junto nosotros la oscura dama orgullosa de su porte, ajena a los quejidos de los murientes.
Las plañideras se asoman a los altavoces y gritan maldiciendo en vano su nombre. Casandras condenadas al silencio que rompen sus gargantas inútilmente.
Los herederos del desastre contarán la verdad si no han quedado ciegos o mudos.
Mientras tanto, corramos con la lira en nuestras manos intentando rimar odas con olas, ignorando el abismo que se abre a nuestros pies.
Nadie soñó nunca que hubiera monstruos en el Paraíso.
