LO QUE EL VIRUS SE LLEVÓ

domingo, 21 de junio de 2020

        La pandemia definitivamente nos ha cambiado. La mínima expresión de vida (si es que se le puede llamar así) que el virus representa, ha supuesto un huracán, un sunami que se ha llevado por delante muchas de nuestras costumbres más propias. 
   Caminamos ahora cabizbajos y embozados, triste el semblante, ocultos tras la mascarilla protectora. Hablamos de FFP2 y FFP3, EPIs, PCR, test serológicos, … hemos hecho un cursillo acelerado de virología y epidemiología, y en cada rincón encuentras un experto capaz de sacar los colores a Fernando Simón.  La distancia social, concepto otrora ofensivo, es ahora Ley escrita con fuego en los mandamientos de la pandemia. Hemos perdido nuestra idiosincrasia, nos definíamos como una sociedad cuya característica distintiva era la proximidad. Éramos tocones, besucones, invasores naturales del espacio personal del otro. A mucha honra nos teníamos por Mediterráneos, especie al parecer ramificada del Homo Sapiens común y mejorada en cuanto a sociabilidad. 
El viento del coronavirus ha barrido esta y otras virtudes que nos diferenciaban del resto de los mortales. Antes bebíamos ruidosamente en las barras de los bares, gritábamos a pleno pulmón en las terrazas de madrugada, golpeábamos los omoplatos de nuestros amigos para saludarlos (como los gorilas cuando defienden su territorio) y de repente nos hemos visto cantando con guitarras el “Resistiré” como si fuéramos el coro de una iglesia, aplaudiendo en manada a los sanitarios desde los balcones. Inventamos excusas para romper el confinamiento y salimos a hurtadillas para tomarnos unas cervezas, casi con vergüenza por si nos ven. 
         ¿Dónde irán los besos que ahora no damos? Todos aquellos que repartíamos con generosidad a diestro y siniestro, aquellos abrazos por un simple encuentro, por unos días sin vernos, … Todos esos símbolos de nuestra amigable forma de relacionarnos se han diluido en el caldo viral. Ahora nos vemos y ensayamos un simulacro de lo que era, amagamos con hacer y nos retraemos a la timidez del miedo, saludando a nuestros amigos con el codo. ¿Qué nos pasa? ¿Va a ser siempre así o habrá que reivindicar de nuevo la libertad del contacto íntimo? Aquello que se dice con un beso y un abrazo no existe forma de expresarlo con palabras. Palabras, que son ahora huérfanas del gesto, amortiguadas por la máscara, escondidas tras la tela y la contención.  El virus se nos llevó el alma y nos ha dejado el nuevo mundo de los abrazos rotos, de los arcos de los abrazos plastificados que nos saben a gloria. Hemos perdido nuestra esencia y permanecemos resignados, obedientes al mandato de los sabios que nos dicen cómo comportarnos en la nueva realidad, normalidad la llaman. 
         Y nadie conoce el final de esta condena a ser esclavos de las formas contenidas. Invocamos a Dios y la ciencia para que nos ayude a encontrar la vacuna, el único remedio que parece que pueda devolvernos el amor más allá de las miradas y las palabras. 
El virus se llevó todo eso y nos ha dejado una crisis política y económica a la que ni Dios ni la ciencia pueden encontrar vacuna. Veo con tristeza un futuro aciago, la pobreza de unos y la miseria moral de otros que siguen pensando en su propia ganancia. No quiero ser equidistante en esta idea. No puede utilizarse esta desgracia como un arma. Puede criticarse lo que se consideré, exigir responsabilidades, pero no formar un frente común en la solución de esta catástrofe, es mezquino. La actitud del PP oficial, que estoy seguro no pueden compartir toda la gente de derechas, unidos a los que quieren las instituciones para anularlas (hablo de Vox), no puede llevar más que a la destrucción. Este guerracivilismo constante, esta política de tierra quemada, sin concesiones ni educación, no está a la altura de las circunstancias. Hay suficientes muertos en todas partes como para no hurgar en ninguna herida, tratar de sanar las que se pueda y evitar que sucedan de nuevo. Lamentablemente el escenario que veo por delante, con mascarilla o sin ella, con besos, abrazos o con miradas de soslayo, tiene mal agüero. Estamos en la cuenta atrás de algo peor que un nuevo brote, la falta de líderes que nos lleven lejos del abismo. Y el miedo es más atroz cuando miro hacia fuera y veo que esas políticas neofascistas ya se impusieron en otros lugares. 
¡Que Dios y la vacuna contra la imbecilidad nos ayuden!



         ¡Ay, voz secreta del amor oscuro!   

F. García Lorca  y Miguel Poveda