CUANDO LA POBREZA ENTRA POR LA PUERTA LA RAZÓN SALTA POR LA VENTANA

sábado, 13 de abril de 2019

   Iniciamos el ascenso en medio de un chaparrón, un intenso aguacero que nos despidió como si millones de plañideras lamentaran nuestra marcha. Pero la verdad es que a nadie le importaba, hemos sido como una de esas gotas que caían del cielo en la solución de la gente de Camerún. Cuando el avión empezó a acelerar se oían crepitar sobre la chapa las gotas de lluvia, como balines. Sentimos un poco de miedo, quizá fue la oscuridad, es posible que fuera el cansancio de una semana intensa. Las sensaciones encontradas de la miseria del lugar y la humanidad de la gente que allí trabaja han dejado un poso de tristeza en nuestro ánimo. Lo cierto es que mientras seguimos subiendo no me sentí especialmente feliz. Me asomé a la ventana y contemplé las lucecitas que tintinean desde el suelo, Douala es una ciudad grande, pero de noche no brilla como las ciudades europeas, sólo pequeños grupos de luz dan testimonio de las vidas que abajo se quedan. Tras cada una de esas luces habita una historia y tras cada historia, vidas que contienen algunas alegrías y muchas miserias. Hemos participado de algunas de esas vidas y el resumen de este tiempo sin duda es positivo, pero no se puede olvidar lo que allí dejamos. El avión nos trajo de vuelta a nuestro mundo. Por suerte para nosotros este no es un mundo de privación, el hambre no nos conoce, aquí la enfermedad tiene esperanza, la vida permite sueños futuros y sólo nos queda aprender a soñarlos.

   El camino de ida de Douala a Dschang está lleno de baches, pero se hizo ameno. Hay tanta gente en el camino, todo resulta tan sorprendente y tan lleno de vida que no puedes dejar de mirar por la ventana. Paramos en un puesto de frutas y comimos la mejor piña que se pueda pedir, los aguacates más sabrosos. Fabian, el driver compró dos sacos para la misión.

   Cuando un camino te parezca difícil, piensa que siempre puede ser peor. Así es el que lleva desde Dschang al hospital Notre Dame de la Santé. Menos mal que no llovía, porque subir aquel terraplén con agua debe ser divertido. Iniciado el ascenso, yo al menos, no esperaba que el hospital estuviera tan bien. Nuestra casa era confortable, con un gran comedor y habitaciones compartidas con baño y ducha. Aparte de los edificios y su equipamiento, que como digo no estaba nada mal, el alma del hospital eran sus monjas. Si alguna vez perdiera la Fe en la gente, no tendría más que volver a Camerún y compartir unos días con las monjas que allí conocimos (Sor Pilar, Sor Ángela, Sor Teodora, Anne Marie…) son Siervas de María, pero son las mujeres más libres que pueda conocer. Han renunciado a tantas cosas que sólo les queda el amor. Son buena gente en mayúsculas, y a pesar del lugar en que cada día se levantan, no han perdido su sonrisa y su buen humor. No se entiende el hospital sin sus monjas. Un placer haber trabajado con ellas, mi admiración más sincera a su entrega, a su misión. Las monjas nos cocinaban, no había tocinito de cielo, ni huesitos de santo, pero no faltó la tortilla de patatas y las albóndigas (no sabría decir de qué).

   Trabajamos duro, sobre todo los primeros días. La noche del domingo ya tuvimos una cesárea urgente. La consulta del lunes fue agotadora. Allí vinieron las mujeres que organizamos para la cirugía de los días siguientes. No es fácil sustraerse a la desgracia de aquellos que sabes que no van a tener una solución adecuada como la que acostumbramos a ver en nuestros hospitales. Nos dolieron los cánceres de mama a los que ofrecíamos una cirugía no resolutiva, la quimioterapia o la radioterapia no está a su alcance. Aquella mujer con un cáncer tan avanzado que ni podíamos operar, el dolor y el olor de su enfermedad traspasó nuestra capacidad de soportar lo injusto, pero allí se quedó con su dolor. Nos queda la esperanza de haber ayudado algunas de la mujeres que vimos, a eso nos aferramos, esa era nuestra intención y nuestro deseo.

   Alain el médico que nos acompañó en todo momento también dejó una huella profunda. Nos sorprendió su capacidad para empatizar con las pacientes. Probablemente partíamos de la falsa premisa de que por ser africano respondería a los estereotipos que tenemos de los hombres de África. No es posible conocer a alguien en una semana, pero puedo decir que lo que vi fue respeto, intención de ayudar, capacidad de trabajo, entrega. El machismo está presente en África en grado superlativo, la mujer está lejos de ser un igual, todo ello es cierto. Como lo es que esa misma mentalidad habitaba  entre nuestros abuelos o bisabuelos, y aun persiste en los rincones de nuestra sociedad. Alain estaba por encima del nivel de muchos de nuestros conciudadanos. Tuvo una paciencia infinita, incluso cuando yo estaba ya en ese punto de una consulta en que lo único que quieres es acabar, él siguió explicándoles a las mujeres pacientemente. No contradijo nuestras indicaciones, no creo que todas fueran perfectas, ni pienso que no tuviera preparación para rebatir alguna de ellas. Es un tío inteligente. En alguna de las tardes en que el trabajo nos dejó respirar, sobre todo a partir del miércoles, jugamos a cartas en el comedor. Carmela (la croupier) “inventó” las reglas del CULO, Mario también las conocía y cuando solventaron las diferencias de criterio en algunos aspectos, jugamos como posesos repartiéndonos las presidencias, vicepresidencias, culos y viceculos. Reconozco que yo, que no había jugado a cartas en años me divertí como hacía tiempo. Esas tardes de cervezas, frutos secos y los gritos de ¡¡CULO!! sirvieron para dar color a la noche antes de cenar. Alain que aprendió el juego, no perdió ninguna partida.

   El trabajo y el juego sirvieron para unir a los que allí estábamos, desconocidos reunidos en torno a un proyecto. Mario y Taya gines como Carmela y yo, Rebeca la matrona, Irene y Ariadne las anestesistas. Gente que no se conocía y con la que seguramente nos separan infinidad de cosas, nos unimos como una persona en torno a una idea. Ser felices y vivir un episodio de nuestras vidas en común, trabajando. Les agradezco que fuera tan fácil. Aunque tengo que decir que nunca encontré en los muchos viajes de cooperación a nadie con quien no fuera fácil trabajar.

   El jueves bajamos a la ciudad. A pesar de la lluvia fue un regalo poder pasear por aquel mercadillo repleto de color, olores y barro que traspiraba la esencia de África. De su pobreza, pero también de la grandeza de ver a sus niños y a su gente sonreír, los ojos de los niños africanos son tan grandes que puedes perderte mirándolos. Pasear entre ellos me hace sentir bien. Compramos telas y maderas, nos hicieron gorros para el quirófano. Una visita exprés que fue como las cartas un remanso en la frenética actividad del hospital. Poco más que ver en la ciudad, además de su lago artificial, donde nos encontró el chaparrón.

   Hemos dejado en Dschang personas que han permitido que entremos en sus vidas y hemos obtenido nada más que beneficios. El voluntariado es siempre egoísta, te traes mucho más de lo que puedes dejar. Sin duda el esfuerzo vale la pena. Cuando observo desde la ventanilla del avión las luces perderse y empequeñecer, pienso que en algún momento aquellas luces alumbraron también mi tiempo y hacen que me sienta más vivo. Es un pequeño triunfo sobre la cotidianidad que empaña el cristal de nuestra vida. Pero allí se han quedado las miserias como cuando llegamos, allí siguen las guerras silenciadas, los dictadores sostenidos por el dinero de otros gobiernos interesados, nuestros gobiernos. Tener los ojos cerrados ante la injusticia, no hace que desaparezca. África necesita soluciones que vengan de los Estados, por eso están perdidos. Me duele no poder asumir el compromiso de facilitar el cambio, son necesarios más maestros que médicos. Maestros que los liberen de la dictadura de la ignorancia y maestros que nos enseñen como obligar a cambiar a nuestros políticos para que no mantengan la  cómoda ceguera del status quo.


Depedro - Llorona feat. Fuel Fandango