Nada sabe tan dulce como tu boca.
Nada sale de tu boca que no me haga feliz.
Cuando oigo la palabra INDEPENDENCIA me suena tan
bien que es difícil resistirse a su atracción. La música que la compone suena a
libertad, a aire puro, a cambio y renovación. A huida de la celda, a correr por
el campo o bañarse desnudo. ¿Quién puede oír su sonido y resistirse a tomarlo a
tragos largos como la cerveza en verano?
Un joven de 16 años besa a su chica, en ese beso hay
pasión absoluta, en ese preciso momento en que sus bocas se juntan el mundo
desaparece porque se entregan totalmente. Viven en el ensueño de ser los únicos
habitantes del universo, se tienen y se bastan, porque nada importa más que
aquel sabor y el nudo que atrapa sus vientres. No hay en ese momento lugar para
la conciencia del acto, sino para el acto mismo. Ninguno le preguntará al otro
si abren una cuenta en el banco para ir planificando el futuro. No existe el
futuro, sólo existe el ahora, quizás ni siquiera el hoy.
Vivimos ahítos de libertad. Enranciada la ilusión que
nos dio la democracia tras la larga noche oscura, envueltos por los escándalos
que cada día nos desvelan y que estaban en la misma calle donde vivíamos,
impregnados por los miasmas de tanta inmundicia que ha generado la política,
cuando oímos palabras como independencia se nos abren los pulmones. Guerrilla,
revolución, resistencia, insumisión, antidesahucio nos despiertan los sueños de
los 16 años, aquellos donde todo era posible.
En ese devenir que es ir creciendo (envejeciendo),
donde lo que debía de venir ha ocurrido
y lo que no ocurrió ya puede que no ocurra nunca, hemos ido quemando palabras
de fueron ilusionantes. Ya pasó el tiempo del cambio, el que fue un día el eslogan de los socialistas (que
devinieron en consejeros de hidroeléctrica) y que ahora esgrimen los que nos
devolvieron prácticas del antiguo régimen. Ese ya es un término políticamente
agotado. Igual ha ocurrido con autonomía.
Lo que iba a convertirnos un país de diversidad, nos ha mostrado como no éramos
tan diferentes y la corrupción ha campado por casi todos ellos. La Constitución,
la separación de poderes, la presunción de inocencia, el diálogo político, el
poder del parlamento y del Estado y otras muchas grandilocuentes palabras han
ido vaciándose de contenido, perdiendo el lustre de antaño. Son frases manidas,
palabras que deberían ser retiradas de la circulación porque ya no hacen más
que daño en el oído. Mentiras que ya nadie cree y sólo sirven de muletilla en
los discursos.
Ahora se imponen términos nuevos. Esa es la grandeza
de los políticos, crear nuevas ilusiones ópticas y auditivas para atraer a la
audiencia, mieles que atrapen las moscas, trampas de humo. Tienen que tener un
contenido potente, que haga reverberar las cuerdas internas de nuestra alma,
que despierte de nuevo los instintos. Deben ser aireadas con altavoces,
acompañadas de insignias, rodeadas de parafernalia que le otorguen
credibilidad. Valen tanto estas palabras como sus contrarias, porque permiten
bandos enfrentados, votantes adictos a este deporte nacional cainita. La independencia
y la unidad de España se esgrimen por unos y por otros con idéntica pasión, la
palabra mesiánica de nuestros salvadores, la que nos redimirá de nuestras penas
y nos devolverá el tiempo perdido.
¿De verdad no suena esto a un dejà vu, a una falacia patética? ¿Vamos a ser capaces de creer
ahora a estos voceros de eslóganes vacíos que ya nos han mentido antes? Nosotros
que lo hemos vivido tantas veces, políticos agarrados a banderas, corruptos
pronunciando frases solemnes que parecen exonerarles de su culpa y que
pretenden redimir su afrenta con estas
nuevas mentiras. A los valencianos nos han vendido el valencianismo frente al
catalanismo, la banderita con franja azul o
la cuatribarrada, el agua y el transvase. Ahora los catalanes ven el
espejismo de la Independencia y algunos la creen a pesar de salir de la boca de
los hipócritas.
Ya no tenemos 16 años. Ahora cuando besamos no
dejamos de pensar también en la hipoteca y en el embarazo no deseado. No nos
pueden engañar con cantos de sirena. Lo fundamental esta en la calle, en la
miseria, en la pobreza, la de los castellanos, aragoneses, vascos, catalanes y
si me apuráis en la de los Sirios, los subsaharianos, la de los que vinieron a
España por trabajo y ya se fueron. Lo importante está en los colegios, en las
universidades, en lo que nos queda por aprender y que nos dará la verdadera
Independencia. Esa es la que a mi me gustaría conquistar, la que nos haga
libres de los engaños, la que nos despierta la conciencia y nos permita librarnos de los falsos
profetas y los magos que sólo crean ilusiones vanas.
Que cada uno conquiste su propia independencia y
entonces podremos vivir juntos y en paz.