EL ANIMAL POLITICO

viernes, 18 de septiembre de 2015


     Pertenecer al Reino Animalia, Phylum Chordata, Clase Mammalia, Orden Primates, Familia Hominidae, Género Homo, Especie Sapiens, Subespecie Sapiens nos sitúa en un lugar concreto de la clasificación taxonómica. 
Ahora cabe preguntarse si se ajusta en todas las categorías a nuestra verdadera posición en el mundo. No cabe duda que la pertenencia de al Reino animal y sus diferentes categorías subordinadas no es más que fruto de la evolución y dado que nosotros mismos hemos sido artífices de dicha clasificación, nos hemos reservado el lugar más elevado de la escala evolutiva. Con nuestros congéneres Homo nos distinguimos por el distintivo de Sapiens, incluso pertenecemos a una subespecie igualmente denominada Sapiens. Homo Sapiens Sapiens. Algo así como lo que trataba de referir Arsuaga cuando tituló su libro: “La especie elegida”.
     Este último escalón en la taxonomía es el que más interrogantes plantea. No estoy diciendo que no seamos seres pensantes (Sapiens) , pero existen contradicciones no explicables con esta doble condición de Sapiens. El hombre alcanza cotas inimaginables en su capacidad de comprensión del mundo. Desde el microcosmos del átomo y la física cuántica hasta el Universo y los vastos territorios de la física teórica que trata de explicar el Tiempo y el Espacio.
     Nadie podría dudar que un hombre capaz de comprender tales magnitudes no merezca ser Homo sapiens sapiens.  Incluso en algunos casos podríamos considerarlo sapienssapiens . Los grandes genios de la Historia podrían entrar en esta última categoría, pero hasta ellos tienen sus lados oscuros: la misoginia de Aristóteles, el odio de Newton y Edison a sus competidores, las locuras de Mozart o el antisemitismo de Wagner. Las mujeres no están exentas en su genialidad de ese toque humano que hace dudar de su condición sapiens. La tormentosa vida de Frida Khalo, Madam Curie y su complicada vida sentimental, Lucrecia Borgia , Virginia Woolf brillante y elitista. Pero sus defectos no los convierten en seres imperfectos o menos merecedores de su condición de sapiens sapiens. Lo que llama poderosamente la atención es la existencia de una disociación entre la genialidad y la conducta, entre la razón y la materia, la mente y la carne. ¿Dónde reside la razón y dónde la emoción? ¿Tan lejos habitan en nuestra mente? En un cerebro humano con más de cien mil millones de neuronas y con 100 a 500 trillones de sinapsis, ¿Es posible que el córtex esté tan aislado del sistema límbico emocional?
     Si descendemos de la condición de genio a ciudadano corriente ¿Qué podemos esperar entonces?  Vamos a conformarnos con la situación de Homo Sapiens a secas y a tiempo parcial, no es exigible dicha condición a tiempo completo porque la evidencia es manifiesta. La separación del Ser racional y el Ser Emocional es un hecho y nos hace humanos.
     Imaginemos a un catedrático de Derecho Civil, hombre posicionado socialmente y de reconocido prestigio, estudió en magníficas universidades, amante de los viajes, conocedor del mundo y de mente abierta frente a otras maneras de pensar. Felizmente casado, padre de dos hijas que han iniciado estudios de Derecho. No milita en ningún partido político, pero tiene fuertes convicciones que lo sitúan en la derecha política. Acude a la parroquia cercana cada domingo y trabaja en su bufete tras las clases en la Universidad.  Por la tarde en los domingos va al futbol con sus colegas, igualmente de reconocida posición. En el preciso instante en el que se está produciendo una violación de los derechos ciudadanos en alguna parte del mundo, Messi arranca desde la banda una jugada magistral tras un balón robado, realiza un primer caño al contrario y un autopase que burla al siguiente, se introduce en el área y cae derribado o en un claro piscinazo que el arbitro reconoce de inmediato y sanciona con una cartulina amarilla. La colisión de dos mundos sorprende aquel escenario, dos galaxias chocan en el espacio, un agujero negro absorbe todo el sentido común y estalla en el campo un clamor que ruge creciente hasta convertirse en un bramido poderoso. Nuestro hombre se levanta, insulta, llama hijo de puta, cabrón y vendido al arbitro y cerdo maricón al linier que levantó la bandera. A su lado los demás  muestran idénticas señas de disgusto. Se amalgaman en un instante las ideas de los prohombres y los fracasados, de los amos y los señores, los funcionarios y los empresarios, jornaleros, albañiles, comerciales, médicos, todos a una se convierten en jueces que dictan el veredicto de culpabilidad y aplican la sentencia, lanzan los bocadillos, las latas, los mecheros al campo. ¿Qué ofensa es capaz de levantar aquella furia? ¿Qué fuerza tan poderosa aglutina tan dispares individuos? Podemos responder la idiotez, pero no, es la animalidad que aflora a la superficie pulida del Homo Sapiens.
     En la misma ciudad pero en el centro, una manifestación arranca por las calles, en ella van hombres, mujeres y niños, en una protesta legítima contra un nuevo atentado del gobierno contra la igualdad de oportunidades en la educación, o contra los recortes en salud, o quizás se trate de una concentración que pide el final del uso de la energía nuclear, la paz en el mundo, el apoyo al pueblo palestino, el fin de la intervención militar en cualquier país pobre, la solidaridad con África y el fin del tráfico de diamantes o de personas que mueren en mitad del mar en las pateras. Pero allí en medio de aquel grito de cordura está él. Siempre ha sido un chico comprometido, de izquierdas, inteligente, buen estudiante, ya casi ha finalizado sus estudios de Medicina y tiene un futuro prometedor, un trabajo, un sueldo que no le dejará acabar entre los detritus de la sociedad. Han estado trabajando él y sus amigos elaborando pancartas con eslóganes sin duda hirientes. Por si acaso la policía se pasaba de la raya se llevaron algunos palos y palestinas al cuello con que taparse. Todo trascurre en medio del calor y la fuerza que sólo el grupo es capaz de proporcionar, en un instante preciso, quizás al mismo tiempo que Messi iniciaba su jugada, alguien grita una consigna en contra de la policía y un servidor público trata de identificar al manifestante. En ese preciso instante donde en algún lugar del mundo un volcán ha estallado, un tsunami se está forjando en las entrañas de una Tierra hastiada de tanto abandono, allí en aquel espacio concreto estalla el tumulto. Alguien tira del chico al que están identificando y empuja al policía, los otros agentes se incorporan a la refriega y él y sus amigos se sienten llamados a intervenir siendo como son los elegidos para la defensa del bien. Se tapan las caras, esgrimen el palo que llevaban y abandonan sus pancartas de inteligentes mensajes, se lanzan contra la  policía que se repliega para luego lanzar una ofensiva que ponga orden, o desorden a las cosas. Nadie es quien parece ser, madres y niños corren, el humo ciega los ojos, las conciencias ya habían sido cegadas, arden contenedores, crujen los cristales de los escaparates bajo el impacto de las piedras y las sirenas de los furgones ya acallan las consignas que se proclamaron para redimir al mundo.  ¿Qué fuerza es capaz de sumir en la oscuridad tanta luz? Podríamos decir que la inconsciencia, pero es la animalidad que nos asalta cuando estábamos despistados y nos sale afuera.
    Tantos inexplicables comportamientos se exhiben cada día y demuestran esa incomunicación dentro de nuestro cerebro de Homo Sapiens. Tantos espacios vacíos entre el frontal donde reside el hombre pensante y el tálamo, hipotálamo, hipocampo… donde nacen las emociones o los instintos, o quizá donde nace el verdadero Homo, antes de ser sapiens.
     Asistimos a diario a celebraciones de copas sobre fuentes de diosas y hombres y mujeres que festejan las heroicidades de los nuevos dioses, espectáculos de muerte en el ruedo que son alimentados por los olés y el humo de los puros, peregrinaciones hasta las iglesias donde vírgenes de oro y plata esperan a ser sacadas a hombros por la multitud, procesiones, flagelantes penitentes, empalaos, cabras que caen desde un campanario, patos decapitados, toros alanceados, himnos, banderas, reyes, idiomas que pretenden separar y no comunicar… Homo en estado puro, el animal humano en plena acción.
     Pero si algo puede superar aquellos escenarios extraños en un sapiens sapiens son los telediarios. Ese espectáculo que debería emitirse fuera de horario infantil o al menos identificar su peligrosidad para la formación de los futuros ciudadanos. Lejos de contribuir a la información alimenta la animalidad. Las noticias de los desastres naturales que parecen obedecer a una Tierra fuera de control, los más tristes datos producto de los mercados, que no son sino entes manejados por hombres (dioses de la fortuna) y sobre todo los patéticos mensajes políticos. ¿Cómo confiar en la continuidad de la raza humana si escuchas a algunos de los hombres y mujeres que nos representan? Presidentes, portavoces, Secretarios generales, tesoreros, ministros, parlamentarios, diputados, imputados, reputados asesores…
     ¿Quién dijo sapiens sapiens?  ¡¡Por favor que revisen la clasificación!! Que excluyan a estos individuos de la especie, que creen un orden nuevo dentro de los reptiles o de los mamíferos, porque el animal político no proviene de la emoción como los sentimientos, no es la parte Homo del Hombre Sabio. Su comportamiento obedece a patrones etológicos estudiados, premeditados. No es la imbecilidad aparente del que se deja llevar por los estados anímicos de agitación emocional. Es la estrategia del malvado que pretende con argucias engañar. Su maquinaria no está regida por la ideas sino por los intereses, no funciona en modo ayuda sino en modo auto. La mentira surge de forma espontánea de su boca, el argumento falaz aunque sea evidente su falsedad es esgrimido como verdad irrevocable, no fingen, se creen sus propias e inventadas falacias. Invocan al miedo, llaman a la puerta del infierno y se hacen llamar ángeles salvadores. Se consideran la especie superior, a salvo de la justicia, amparados por las instituciones que crean y manejan, se sienten a cubierto porque han colocado estratégicamente las piezas para que encajen y les protejan.
       Sin duda son injustas mis palabras para ser aplicadas a todos los políticos, pero yo no hablo de los que se dedican a la política, sólo del verdadero animal político. Ese tiburón de la sociedad que sólo teme a otro predador más poderoso, al verdadero Homo sapiens sapiens, al que es capaz de racionalizar sus ideas aunque deje un espacio para la emoción irracional, al que es habitualmente vegetariano e ingiere el papel de los libros como alimento sin renunciar a dar alguna dentellada si se tercia para defenderse. Debemos abrir las fauces, gruñir y ahuyentar al animal carroñero que está ladrando a nuestro alrededor,  somos más fuertes y somos más.

      Este es el único modo de alcanzar la evolución definitiva de la especie hacia ese Homo Sapiens, Sapiens, Sapiens, Sapiens…. Desterrar al animal político.