No es Errejón un César, ni se ha cometido un asesinato, ni siquiera estamos en marzo, pero imagino en la Roma Imperial los grafitis, como aquí en los telediarios y los periódicos. Noticia de primera plana, comentarios, opiniones…
"El Senado se abalanza sobre el tirano clavando sus puñales. Al ídolo caído ninguna clemencia le espera, una daga se clava en su costado, un puñal en el corazón, incluso algún gladio secciona la yugular expuesta. Yace el maldito sobre un charco de sangre que es la sangre redentora, la que expía los pecados de todos. “Tu quoque fili mi?” se pregunta mientras su cuerpo se precipita en el abismo de la oscuridad eterna. Mis amigos se abalanzan contra mi, piensa con los ojos abiertos detrás de las gafas de intelectual, mientras cae derrotado".
Esto es la noticia, pero en la base de todo existe un hecho, un comportamiento tan sucio y con tanto hedor, que no despierta el más mínimo sentimiento de compasión.
Entre aquellos que empuñan todavía el puñal sangrante, manchando sus blancas túnicas romanas, algunos aprovechan para reclamarse como garantes de la defensa del verdadero credo y otros reprochan la mentira que defendía el finado. En el senado romano ahora tan excitado por el golpe, no hay un compromiso total para erradicar el mal. Demasiado postureo y conveniencia. Demasiada tolerancia con los precedentes. Es una oportunidad, pero ya hubo otras antes.
Errejón será el responsable de todo lo que ocurra. Un hombre inteligente no puede esconderse en los jeroglíficos verbales de la duplicidad persona/personaje. No cabe pensar en un Dr. Jekyll y Mr. Hide postmoderno, neoliberal y patriarcal, eso son escusas de mal pagador. Cada cual tiene sus propios demonios, pero ante un hecho tan grave, que sabe que ha perjudicado a terceros, la primera reflexión debe hacerse desde la petición de perdón, no de comprensión. No es necesario practicar un haraquiri público, pero no es suficiente esgrimir la justificación en lugar del arrepentimiento. No le puede servir de coartada.
Su discurso brillante tantas veces escuchado, su apología en la defensa de lo que ha traicionado de forma tan flagrante, es un agravante que no puede eximirle, a pesar de los atenuantes que pueda legítimamente esgrimir. Esa disparidad entre su teoría y la práctica le desacredita como referente, si no es como referente de la hipocresía. No vuelve falso su relato, no dejan de ser veraces los principios que defendía. Sólo él deja de ser creíble.
La verdadera cuestión, es que el delito no depende de quien lo comete sino del delito en sí. Errejón no es el primero, ni será el último, pero como sociedad tenemos que aprender a tener una tolerancia cero contra la agresión a los otros. Me produce repugnancia escuchar lecciones de moral, tanto de la izquierda como de la derecha. Dejen de lamentarse o de utilizar la ventaja política que da el delito. Hay que actuar y aislar a los violentos, denunciar la obscenidad de su comportamiento. Debe haber asunción de responsabilidades por la propia regeneración de la sociedad, no por rédito político.
Nebenka, Giselle son ejemplos actuales que deberían ser suficientes para expulsar de la sociedad a los agresores. Tipos como Trump, Pellicot, nos demuestran que la tolerancia crea monstruos, tenemos que erradicar estas actitudes, por el bien de las mujeres, por el bien de los hombres, por la salud de la sociedad.
Íñigo tendrá que asumir las consecuencias de sus actos, Roma no paga a traidores.