LA TEMPESTAD Y LA CALMA

jueves, 12 de octubre de 2017

Vivimos la terrible tempestad de las emociones. Si fuéramos gentes simples, si nuestras almas fueran elementales, disfrutaríamos del confort de la felicidad plena. Pero desgraciadamente, o quizá por alguna suerte de maldición, gozamos de un espíritu movido por fuerzas más poderosas que las que unen los átomos. En nuestro interior se guarda el arma más poderosa y destructiva, la emoción. Es posible que este arma pueda ser utilizada para el Bien, que tuviera otros fines su Creación. Lo cierto que es que ahora nos sumerge en un mar agitado, en un marasmo de sentimientos. Vivimos atónitos frente a lo que somos capaces de hacer por la emoción.

Si no lo habéis adivinado estoy hablando de Cataluña. Y por continuar con el símil del Homo Sapiens y su “distópica” realidad, veo en nuestro comportamiento la imagen del mono alzando el hueso para golpear al vecino. Hemos trocado el hueso por banderas, hemos cambiado el pelaje de simio por corbatas, hemos cambiado la sangre por tinta, los gruñidos por insultos y tertulias. Y defendemos  esos sentimientos como si se trataran de verdades inalienables, de axiomas que persisten desde siglos. Dejamos escritas sobre las Constituciones palabras que parecen surgidas del propio Creador, grabadas a fuego sobre las Tablas de la Ley. Las tomamos como verdades inalterables y si fuera un sacrilegio pretender modificarlas. Adornamos estas palabras de símbolos, las colocamos tras una bandera, las agitamos al viento, las pronunciamos con solemnidad, emitimos consignas que tocan el cerebro más arcaico, aquel que contiene las emociones y estalla la guerra. Abrimos sin preocupación la caja de Pandora porque nos hacen creer que se violan nuestros principios fundacionales como individuos. Desde que el Hombre se dotó de Humanidad la guerra es una constante, no ha cesado desde el principio de los Tiempos. Es posible que nunca termine. Debe estar en nuestros genes la necesidad de vencer al otro, de someterlo, de demostrar la fuerza, de que el triunfo no solo sea ganarlo en la batalla, si no humillarlo, hacerle morder el barro del fracaso.

Hablo en primera persona del plural porque somos responsables de lo que ocurre. Aunque estoy seguro de que como yo muchos no sientan la emoción de las patrias, de las fronteras, de las banderas.
“La música militar nunca me supo levantar” decía Brassens. Escuché a Josep Borrell decir el pasado día 8 una frase que creo que pertenece a Jean Monnet : “Las fronteras son las cicatrices que deja la Historia sobre la Tierra” y el propio Monnet hablaba en 1943 de la idea de Europa: "No habrá paz en Europa, si los Estados se reconstruyen sobre una base de soberanía nacional (...) Los países de Europa son demasiado pequeños para asegurar a sus pueblos la prosperidad y los avances sociales indispensables”.

Si somos más los que pensamos que no queremos movernos por emociones si no por el sentido común ( cal que recuperem el seny). ¿Por qué nos dejamos llevar por políticos nefastos, incapaces de entenderse? Si es que necesitamos vencer, la política es el arte de vencer sin iniciar la batalla. Apelar a la fuerza de la Razón y no a la razón de la Fuerza, convencer y no vencer como dice Unamuno. “La capacidad de resolver un conflicto sin lucha es lo que diferencia al prudente del ignorante” afirma Sun Tzu en “El arte de la Guerra”. Aunque también decía que todo el arte de la guerra está basado en el engaño. Nos engañan con señuelos, como a los toros de lidia. Nos colocan la muleta y entramos al trapo, cada uno embiste un trapo diferente. Estelada, cuatribarrada, rojo y gualda. “La guerra es muy mala escuela, no importa el disfraz que viste, perdonen que no me aliste bajo ninguna bandera, vale más cualquier quimera, que un trozo de tela triste” (Jorge Drexler).

Si no sirven para hacer política que se vayan. ¡Hagamos que se vayan! Deben ser despedidos por ineptos Rajoy y Puigdemont, por incapaces. ¡Que acaben las consignas y empiecen las palabras! No habrá paz sin diálogo, si se imponen artículos, si las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado son los encargados de imponer la Ley, por muy justa que esta sea, no vendrá la calma. Vendrá el silencio de los derrotados, se enterrará el problema, pero sólo será una tregua ante la próxima tempestad que estallará más feroz, más violenta. Porque la emoción no puede silenciarse, sólo puede reconducirse hacia la tolerancia. Somos seres tribales y defendemos lo que creemos que es nuestro grupo, nos empleamos emocionalmente a este diseño genético, no podremos cambiarlo. Pero podemos hacer que la tribu sea mayor, que otros pertenezcan a ella, sólo es cuestión de encontrar lo que nos hace miembros del mismo Clan. No podemos renunciar a intentarlo o nos destruiremos. Sólo existe un arma capaz de vencer a la emoción, la palabra. ¡Hablemos! ¡Parlem!


Mlonga del Moro Judio. Jorge Drexler