MÁS DE UN MILLÓN DE BESOS

domingo, 15 de marzo de 2020

   Llevaba contabilizados más de un millón de besos a mi chica, todos ellos llenos de bacterias y virus, de esos que los niños toman a raudales en las guarderías. Es más, llevo cinco o seis meses con mocos por este sano intercambio microbiano que nos va curtiendo a ambos con la inmunidad. Dicen que para los niños es bueno que tengan mascotas, que las toquen y que adquieran del medio experiencia inmunitaria. Creo yo, que los abuelos también serviremos para ese digno propósito. Al menos esa era la excusa que me ponía para no refrenar mi instinto besuqueador con la niña. Esa pulsión que surge tras el primer atisbo de sonrisa al llegar a casa o que ya resulta imposible de parar si pronuncia las palabras mágicas: “abu” o cualquiera que dé a entender que no sólo eres reconocido sino amado. Entonces estalla un reflejo que parte del mismo centro del hipotálamo y dejas todo aquello que portas en las manos, olvidas todo el bagaje más o menos desagradable del día y la tomas como un regalo ofrecido por la vida en pago a no se que buena acción que haya podido cometer. Ni el bálsamo de Fierabrás cura tan bien las heridas del tiempo, las cicatrices de la vida. Supongo que cada cual se agarra a un palo ante la zozobra. Emma Naia se llama mi bote salvavidas.

   En estas estábamos cuando viene a visitarnos de forma intempestiva el Covid-19. El rey coronado de los virus mutantes, producto del intercambio inmunitario con los animales (zoonosis lo llaman, que suena más bien a espectáculo de circo). Conquista el protagonismo de nuestro mundo, abre y cierra telediarios haciendo olvidar las veleidades que nos acunan cada día y los cronificados problemas del planeta. Incluso tras ese ataque de pánico inicial, se abren puertas a la solidaridad, a la gratitud con el otro, porque ahora el otro importa. Es a la vez víctima y apestado, lo repelemos pero lo necesitamos. Porque está claro que no podemos salir solos de este reto, acabamos entendiendo el sentido de sociedad, de conjunto. No está mal para un bichito tan pequeño. Él sólo ha creado planes de contingencia, ha abierto líneas de investigación para crear una vacuna o un remedio de forma exprés. No está bien que muramos por esta inconveniente pandemia. Nos dejará sin duda memoria inmunológica a los supervivientes, no es tan evidente que deje memoria social, ni siquiera es seguro que el virus nos movilice tanto cuando llegue a África. 

   A lo que iba, que después de todo este lio, tras la emergencia nacional, con el miedo planeando sobre nuestras cabezas, nos hemos prohibido los besos. No hay duda, es la estrategia más inteligente y eficaz. Al fin y al cabo el amor no necesita las manos, sólo el corazón y los ojos. Pero tengo un problema, me cuesta reprimir el animal besador que habita en mí. Si pronuncian la palabra ”abu” actúa como un reflejo medular sin proceso cortical, es un abracadabra mágico. Sin duda mi contaje de besos está claramente en una tendencia recesiva. Cuando las cifras de contagios y muertes estén en descenso pienso remontar mi cuenta pendiente. Recuperaré los besos evitados.

   Besos y abrazos (virtuales)

   Fuerza a todos, hemos podido con enemigos más difíciles.



Lana del Rey. Cuando estábamos en guerra, seguimos bailando