EL TEATRO DEL ABSURDO

domingo, 7 de octubre de 2018

   “Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé” como dice el tango, lo puedo asumir; pero que el absurdo del mundo rompa el encanto de algunas de las buenas cosas que todavía ocurren, me irrita. Yo que nunca leo el periódico (ya no, porque deprime y entinta las manos), ayer abrí El País y en la segunda y tercera página me encuentro enfrentadas dos noticias. A la derecha (como en el ring) la nominación al Nobel de la Paz de Denis Mukwege y Nadia Murad. Dos referentes de la lucha contra la violencia a las mujeres. El Nobel de la Paz esta vez creo que acierta de pleno. Dos figuras que han vivido en primera persona las atrocidades que se cometen (impunemente y con los ojos cerrados de la Comunidad Internacional) sobre las mujeres. En la página de la izquierda (con calzón de barras y estrellas) venía la probable nominación al Tribunal Supremo de Estados Unidos (una plaza vitalicia) a un hombre con sospechas de haber cometido abusos sexuales. Brett Kavanaugh ha sido nombrado finalmente a para este Tribunal con un apoyo mínimo, pero suficiente, como para en los próximos 20-30 años que le queden de vida aplique una “jurisprudencia”, que viniendo de donde viene, estará preñada de animadversión contra las mujeres (colectivos feministas han estado intentando evitar su nombramiento).

   Se me ha curado la tontería de volver a intentar leer el periódico. No culpo al mensajero, es que me produce nauseas lo que aparece. ¿Si no los lees desaparecen por arte de magia estos absurdos? No, desde luego. “Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados”.

   No puedo irme, pero dan ganas de bajarse de este autobús colectivo conducido por un demente o quizá sin conductor. Propongo que en los periódicos, al igual que las noticias económicas vienen en páginas salmón; que las indecentes vengan en un color que se puedan diferenciar. Así podría ojear más tranquilo el periódico sin miedo a caer de repente en el charco del lodo.

CAMBALACHE. Carlos Gardel