LOS DECIMALES DE PI

sábado, 28 de abril de 2018

   El señor PI se levantó un día y se dio cuenta que le habían robado la identidad. Él que siempre había sido un número irracional, infinito, inabarcable, cuando se levantó aquel día se sintió desnudo. Comenzó la mañana como siempre lavándose la cara ante el espejo y allí empezó a darse cuenta de que le iban faltando decimales a su infinita lista. Días antes ya había percibido algunos cambios. Estaba casi seguro que aquello se remontaba a meses o años atrás, pero nunca había tomado conciencia hasta entonces. Aquella mañana lo comprendió todo. En este tiempo cada día alguien robaba un decimal, quizás dos o es posible que incluso fueran más, pero en su infinitud no percibía la mengua. ¿Quién puede preocuparse de dos o tres decimales, de diez o de veinte si dispone de un caudal inacabable? Pero ese funesto momento en que miró fijamente al espejo pudo darse cuenta de la realidad. Embebido como estaba en la seguridad de ser el elegido como representante de los números irracionales, se creía intocable.

   Esa misma mañana llamó a su amigo Phi (el número áureo), le comunicó su problema y le conminó a mirarse a sí mismo para ver si aquella sustracción se estaba produciendo de un modo general. Por supuesto Phi lo tomó como una prueba más de la locura de su amigo. Todos los seres especiales se saben un poco locos y por tanto las veleidades, esas antojadizas ocurrencias forman parte de su personal idiosincrasia. Nada de aquello podía ser cierto. Nadie podía atreverse a robarles su personalidad numérica. Le colgó el teléfono. Lo mismo le pasó con e, al que llamaban cariñosamente el logaritmo.

   PI desesperado, sintiéndose perdido ante la certidumbre de que su infinitud había sufrido un profundo menoscabo, trató de buscar refugio y compresión en otros que sin ser de su condición eran también partícipes de su originalidad. Llamó a los números primos, a los números perfectos, a los números de la secuencia Fibonacci. En todos ellos encontró respuestas similares, la indiferencia, la incredulidad, la incomprensión. En resumen, se sintió tan sólo que empezó a dudar de su propio hallazgo. Quiso engañarse a si mismo, hacerse trampas en el solitario de la vida. Se mintió. Cerró los ojos ante la verdad. Negó por tres veces la evidencia. Decidió que aquello no era cierto, sólo se trataba de una alucinación fruto del cansancio.

   Cuando la verdad te ilumina no puedes ya ignorarla, se adueña de tu mente. Eso le pasó a PI, cada mañana se miraba y lo veía allí. Sabía que no podría huir jamás. Asistía su propia desintegración sintiéndose impotente para frenarla. Pensó que no había otra forma para que le creyeran que demostrarlo, pero no sabía cómo. Los días pasaban soportando el martirio de su lenta extinción. Otros días, que amanecían menos aciagos, pensaba que nunca podría desaparecer del todo, el infinito no puede volatilizarse, en su propio concepto estaba la respuesta. 
     El sentimiento de que cada día sin apenas notarlo le iban robando un poco de su propia libertad se adueñaba de él. Un día amanecería con las manos esposadas, amordazado y no sabría cómo había ocurrido. Debía reunir las fuerzas suficientes para desafiar su infausto futuro que era verse reducido a una mera cifra. No era lo mismo, pero ya antes había sufrido un sentimiento similar cuando le propusieron que se convirtiera en un número más alto, pero más corto: 3,1416, con el fin de facilitar su comprensión. Ni siquiera el que aumentaran su valor era una compensación a la pérdida de los infinitos decimales que se quedarían en el camino. No renunció entonces y no lo haría ahora. Nadie se enriquecería con sus decimales, cada una de aquellas pequeñas cifras eran importantes para la identidad del todo, no podían permitir perder más. No eran sólo números, los decimales tenían alma, como los enteros y las fracciones.

   Aquella mañana de primavera cuando escuchó la noticia de que la justicia había decidido por consenso dar más valor al 1 que al 0 del sistema de números binarios supo que debía actuar. Se dio cuenta que el mundo de los números estaba en peligro, todos ellos. En la misma sentencia el voto particular de uno de los magistrados no otorgaba ningún valor a 0. Lo convertía en nada, no sólo lo anulaba si no que lo insultaba. ¡Qué arbitrariedad era aquella! 1 y 0 tienen el mismo valor en el sistema binario, todo el mundo sabe eso.

   Construyó una sala de espejos, se miró y comprobó como los reflejos tenían un número finito, esa era una prueba evidente del hurto, los demás tenían que saberlo. Reunió a todos sus amigos, números racionales, irracionales, reales, complejos, incluso a los negativos. Les mostró su descubrimiento, Phi y los otros dijeron: "Te creemos hermano, salgamos y gritemos:
¡ Ni una menos!




Bebe - Malo