VIVO EN UNA DISTOPÍA

sábado, 26 de agosto de 2017

Hoy me he dado cuenta.

Así fue como pasó.

Anoche cerca de las dos de la madrugada me acosté. No suelo ir a dormir tan tarde. Desvelado por la noche decidí tomar medio Zolpidem. Es un inductor del sueño y me ayuda cuando el traqueteo de la cotidianidad no deja reposar mis neuronas. No conseguía dormirme y decidí tomar media pastilla más. Quizá fuese una suerte de efecto paradójico o una alteración de niveles de melatonina, que se yo, lo cierto es que se abrió ante mí un estado de clarividencia, de luz cegadora, que no sólo me impedía dormir si no que agitó la velocidad de transmisión sináptica hasta convertir el pensamiento en turbulento.

¿Creéis que miento? Estoy seguro de lo que tomé, nunca probé la cocaína, el espit o cualquier otra droga como estáis pensando.

Vayamos a los hechos. En esa vorágine de pensamiento acelerado, en el marasmo de ideas que se agolpaban por hacerse ver, me encontré mirándome ante un espejo. No mirándome a mí mismo, si no a través de mí viendo el mundo.

Juro que era Zolpidem lo que tomé.

Miré al Hombre como elemento de la Evolución. Aquel Homo Sapiens que abandonó el estilo de cazador-recolector en pro de una evolución positiva y quizá sin saberlo inició la regresión de la especie. Desde un modelo de vida basado en la libertad, la búsqueda del alimento que proporcionaba el medio, integrado en la cadena como un eslabón más, pasó a ser agricultor. La primera revolución lo hundió en la esclavitud a la tierra. Atarse a un lugar, mirar cada día al cielo para esperar la lluvia y temer el granizo, trabajar de sol a sol. ¿Le colmó de felicidad? No lo sé. Le colmó de hijos al calor de un alimento más abundante y fue llenando el planeta. Más tarde, miles de años después llegó la revolución industrial, producir más era un imperativo para aumentar los alimentos, los objetos de consumo. Seguro que pensó: “Voy en el buen camino para conseguir la felicidad”. La vida buena no era tan buena para algunos, que acabaron siendo esclavos no de la tierra, si no de las fábricas. Y siguieron llenando el planeta de sapiens. La revolución informática, la inteligencia artificial, el “progreso” que es ahora exponencial pretende sacarnos de la esclavitud a las máquinas. Nos ofrece la posibilidad de tener tiempo para disfrutar de lo que compramos, de los objetos de consumo que ya son imprescindibles. Pero estamos librando justamente ahora la batalla de no ser esclavos de las pantallas, los móviles, los ordenadores, las televisiones… Sigue el planeta llenándose de hombres en busca de la felicidad. ¿Cuál es la realidad que veía ahora merced a mi hipervisión? Pude ver desde mi cama un mundo distópico para el Homo que inició su andadura hace unos dos millones de años. Si aquel mono avanzado hubiera sido entonces capaz de pensar en un mundo futuro y escribirlo para nosotros, dudo que su utopía consistiera en la realidad actual. Un mundo de contrastes ofensivos, de contradicciones morales y de renuncias a principios irrenunciables.

Los que tenemos la suerte de habitar el Primer Mundo, la cúspide de la pirámide, el cénit de la civilización, vivimos sujetos al cronómetro, en nuestro trabajo y en nuestro ocio. Vigilados para nuestra seguridad, liderados por individuos incapaces (lejos de ser fruto de una Selección Natural darwiniana), encerrados en muros de cemento y rodeándonos de muros virtuales de prejuicios e ideologías. ¿Quién podría pensar que en un futuro utópico Trump sería el líder natural para la Humanidad, que pudiera dirigir los destinos del país más poderoso del mundo? Y sin irnos tan lejos, los políticos que nos gobiernan aquí dejan muchas dudas en su idoneidad, las instituciones que hemos creado para dar valor a nuestros ideales han ido perdiendo lustre y ahora no alcanzo a ver el brillo de casi ninguna. La Justicia no es justa, La Banca roba, el Parlamento miente y traiciona lo que prometió en elecciones, por lo que la Democracia está vacía, la Iglesia decepciona, los Ayuntamientos y Gobiernos se llenan de corruptos, Europa es un fraude. También las revoluciones sociales que emprendimos nos trajeron un capitalismo insolidario y voraz. Libertad, Igualdad y Fraternidad suenan a chiste en boca de cualquier ciudadano de este mundo “desarrollado”.

El Segundo Mundo persigue los principios del primero, sigue sus sendas, luego poca esperanza puede suscitar de cambio. Respecto al Tercer Mundo, eufemismo indecente del mundo pobre, soporta los males impuestos por la ambición de sus amos. Comparte con el Primer Mundo sus defectos sin disfrutar de ninguna de sus ventajas. El hambre, la enfermedad, la miseria, la degradación de la condición humana campa a sus anchas y hace más patente la insolidaridad y el autismo de nuestra sociedad.

Así pues vivimos en una distopía fantásticamente aceptada. Habría que escribirlo, para que los próximos habitantes del Planeta después de nuestra extinción, puedan tomar nota y cambiar el rumbo a la Evolución.

Me voy a tomar otro Zolpidem a ver si consigo dormirme.

Entre esos tipos y yo hay algo personal. Serrat