EL DOLOR NO SE PUEDE COMPARTIR

domingo, 20 de agosto de 2017

Cada día oigo en televisión y en radio, declaraciones institucionales, comunicados, mensajes oficiales, donde se comparte el dolor de las víctimas del atentado en las Ramblas. Repetimos las condolencias, sumamos palabras cada vez más compasivas hacia las familias y de desprecio hacia un acto de barbarie como el perpetrado, pero por más que nos empeñemos y sea de buena fe lo que decimos, ello no hace que el dolor de las familias rotas pueda ser compartido. Ni el la madre de ese niño de tres años, ni la esposa del americano que estaba en su aniversario de boda, ni la del canadiense, las portuguesas, los muchos franceses y por supuesto ni siquiera la de nuestros conciudadanos cuyo tiempo se ha quebrado momentáneamente. Tampoco podemos compartir el dolor de las madres de los chicos abatidos por la policía. Aunque sean asesinos, aunque su acción sea la más repugnante del mundo con esas muertes indiscriminadas y absurdas, sus madres llorarán sin consuelo, rezarán por ellos para que su culpa sea perdonada ante Dios. Cualquier Dios perdona a sus hijos, cualquier madre los defiende sea cual sea su pecado.

No me sirven los minutos de silencio, para mi son un intento de acallar las conciencias de las instituciones políticas que son las que más los convocan. Si acaso los gritos de la ciudadanía: “¡No tenim por!” son los únicos revulsivos contra la impotencia que supone un acto tan salvaje. No se trata de callar, debemos gritar esa y otras consignas que rompan un silencio cómplice que desde hace tiempo existe en la sociedad.

Las autoridades nos dicen: “No cambiarán nuestra forma de vida, no podrán arrebatarnos nuestra democracia”. Mensajes llenos de contenido engañoso, el terrorismo les sirve como argumento para el control y como escusa para su inacción. No venceremos a los bárbaros sólo con policía, con militares, con medidas de restricción de las libertades. Si los ganamos será con integración, con formación, con justicia social. No creo que existan soluciones sencillas, ni que sea posible erradicar la locura de los seres humanos, siempre habrá un salvaje que atente contra la vida de otros, por Alá, por Jesucristo, por motivos políticos, raciales o simplemente porque su mente está perturbada. NO debe cambiarse la sociedad por actos de dementes como estos, pero yo si creo que SI debemos cambiar. Construir democracias reales, sin miedos, con modelos de convivencia más solidarios, basados en aquellos principios que decimos defender que son la justicia, los derechos humanos y todos los argumentos que llenan la boca de los políticos de toda Europa y sin embargo están cada vez más ausentes en la realidad del mundo. La falacias del espíritu europeo que se perdió nada más topar contra decisiones valientes, el silencio cobarde ante el injusto reparto de la riqueza, nuestra contribución a esa injusticia y a los conflictos armados que son el caldo de cultivos del odio (más de 300.000 muertos en los seis años de conflicto en Siria). Los argumentos de los instigadores del terrorismo caen en el terreno abonado por la marginación, la incultura, la ideología excluyente, la insolidaridad, la guerra, la miseria. No podemos compartir el dolor, sólo podemos mitigarlo, quizá prevenirlo, pero únicamente si vamos a su raíz, a su causa. Necesitamos acción y no palabras ni minutos de silencio estériles.


"La calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona".
Federico García Lorca


El 18 de agosto de 1936 fue asesinado Federico García Lorca (como muchos otros) en la “Guerra Santa” del nacionalcatolicismo franquista.