RUIDO

sábado, 21 de noviembre de 2015

Ruido, demasiado ruido.

Mi mente se encuentra aturdida por el ruido. El ruido de tertulias con gallos de pelea cacareando mentiras y medias verdades, ruido de mítines y soflamas de enardecidos líderes, escucho ruido de eslóganes, ruido de medios afines, ruido de radios y ruido de papel couche, ruido de propaganda barata, de acuerdos anunciados con bombo y platillo que nunca llegan, de pactos de estado, de futuros esplendorosos, ruido de mentiras insolentes, ruido de verdades que hieren, ruido de bombas, el ruido de las amenazas que es como el de las metralletas, ruido de multitudes soliviantadas, de pueblos que se arrodillan por el miedo, oigo tanto ruido que no puedo oír el sonido del mar que bate las olas y con ellas trae ilusiones en patera. Tanto es el ruido que golpea en mi oído que no escucho los gritos de la otra orilla, ni siquiera oigo los lamentos que desde la misma calle emiten los magullados por la fortuna.

Aunque ya no oigo ruido de sables, siguen sonando los estandartes, los himnos marciales, los gritos de arriba España y los de viva la República de Cataluña. Ruidos de parlamentos enloquecidos, el ruido espantoso del silencio apático de los gobernantes, el ruido de las estrategias frente a los diálogos.

En mi oído se agolpan los ruidos del galope de los que corren campo a través salvando fronteras, los gritos de los que llegan a la playa , de los que fueron baleados por la sinrazón de alguna causa, los gritos ahogados que los que sienten adentrarse el cuchillo en su garganta, el sonido ensordecedor de los cuerpos explosionados por cinturones bomba, el ruido de las sirenas tras los atentados, de los misiles lanzados contra el mal. Causan tanto ruido los gritos de los que mueren como de los que anuncian su venganza.

Oigo el ruido que producen las mentiras que hablan de una civilización construida sobre los cimientos de la democracia frente a la barbarie, un ruido tan infame como las arengas que llaman a la guerra santa. El mismo martilleo insufrible que causan los ataques preventivos, los misiles dirigidos sobre objetivos estratégicos o la lucha contra los infieles, los insurgentes, los terroristas, los guerrilleros, tanto ruido provocan que confundo a unos y otros. No escucho el sonido de las razones que hicieron un mundo tan desigual y las estrategias para apagar el odio que provoca la miseria.

Sólo escucho guerra contra la guerra.

No existe ningún sonido capaz de desactivar las bombas que no sea la palabra, no hay otro camino contra la violencia que la justicia, no hay argumentos capaces de convencer a los dementes pero si ideas que aparten a los hombres de la locura y del hambre.

Es necesario crear el silencio para escuchar las conciencias adormecidas por el miedo, nuestros salvadores no deben convertirse en nuestros amos.

Que callen las balas que hablen los hombres.