DE LO HUMANO Y DE LO DIVINO....

miércoles, 16 de marzo de 2011

   Estamos como en una nube, son tantas las emociones que se agolpan en nosotros que me resulta difícil escribir y a la vez no puedo evitarlo. Desde el domingo vivimos en el vórtice de un huracán, produce vértigo sentir tanta emoción por lo que hemos vivido apenas en cuatro días. Me da miedo que esto vaya a más, deseo que esto sea cada vez más fuerte, pero voy agarrándome a la realidad para evitar salirme de ella. Es como en las atracciones de feria que te proyectan hacia el vacío y pese a que quieres que el riesgo siga, no dejas de asirte fuertemente a la barrera de seguridad. No podéis imaginaros como nos sentimos. Me gustaría poder estar ahí para contároslo y volver rápidamente sin perder un instante. Es de las experiencias más importantes de mi vida, os diría que por nada os perdáis algo como esto. Nos acostamos a las doce y nos levantamos a las seis y nos faltan horas, estiramos el tiempo porque vemos en él un enemigo que nos roba la posibilidad de ver más, de sentir más. Me desvelo por la noche por la excitación del día, como si estuviera colocado. Comemos poco pero no tengo sensación de hambre. Nos hemos enganchado a esta alucinación colectiva que consiste en vivir con ellos, aún no siendo ellos. Tenemos la sensación de que han pasado semanas desde que vinimos, imaginamos que pertenecemos a este lugar, creemos que siempre nos estuvieron esperando. No puedo decir que sea como un sueño, porque no podría haber soñado con estas sensaciones. Me traje inglés para estudiar y no he estudiado, he traído libros de lectura y no leo, sólo escribo y veo las fotos en los escasos momentos de descanso.
   Viene un coche a recogernos a las siete menos cuarto, hay hora y cuarto hasta el hospital de Kalyangdari (60km) que son un regalo de madrugada, a esas horas aquí la vida ya se ha instalado en todos los rincones, todo el camino esta lleno de imágenes que quisiera recoger para vosotros, de gente; niños que van al colegio, comerciantes que abren tiendas, barberos que esperan clientes, mujeres barriendo,vacas cerdos, pollos, que se mueven como la gente con ritmo anárquico. Vamos como dormidos, tomamos un plátano y unas galletas al salir y el viaje transcurre en silencio porque estamos cansados, pero es imposible apartar la vista de tanta realidad (no quiero decir belleza por no ofender a ninguno de los dos términos). Llegados al hospital nos invitan a tomar chai (té) con tostadas. Visitamos a las pacientes operadas y a las 8.30 estamos operando. Todo ocurre deprisa, operamos unas seis a nueve pacientes cada día. Vimos el domingo unas cuarenta pacientes que programamos para la semana. Cada historia es un drama, vivido con resignación, pero no por ello menos doloroso. No saben su edad exactamente, pero la mayoría son jóvenes, todas delgadas (ya os contaré un día las truculentas historias que componen lo divino y lo humano de este lugar peculiar). Como adelanto os cuento que hoy en el quirófano de al lado han realizado en menos de dos horas 35 ligaduras de trompas por laparoscopia, con anestesia local. Los que saben de lo que hablo alucinarán como nosotros lo hemos hecho. Dos mujeres en el quirófano, mientras operan a una, preparan a la otra, las dos despiertas. Se hacen todos los martes a partir de las once, las mujeres que quieren se inscriben, les hacen una analítica y pasan a la fila de sillas que hay en el área anexa al quirófano, todas con sus batas verdes (chicas de 20-30 años, única condición tener más de dos niños) Esperan todas sentadas, sus caras de niñas gastadas y asustadas no puede dejarte ajeno a la crueldad de esta pobreza. Aunque parezca salvaje el simple hecho de que vayan y que pueda hacerse de esta manera las salva de una maternidad numerosa que las esclaviza y desgasta más que la miseria. Algunas acuden el primer mes después del parto para evitar quedar de nuevo embarazadas. Salimos del hospital entre las cuatro y las cinco, comemos allí. La comida es frugal y muy austera pero digna, muy por encima de lo que comen ellos. Nos han contado hoy que hay un programa en la Fundación para aportar a los niños en edad de crecimiento 4 huevos a la semana y a las embarazadas en el ultimo trimestre y las madres lactantes una ayuda alimentaria. Que levante la mano quien no se sienta millonario.
   El regreso por el camino andado en la mañana es idéntico pero vamos hablando todo el camino, el hospital nos pone las pilas, recarga la autoestima, genera ilusión, aporta paz, este trabajo se paga en especias (del país de las especias). Mientras hablamos hago algunas fotos desde el coche, el espectáculo es inagotable. A través de los pueblos que atravesamos encuentras de nuevo las imágenes que tomarías si no fuera por la velocidad que pasan. La carretera esta repleta, hay un tráfico caótico y muy ruidoso. A las puertas de sus casas que son como chabolas conviven la familia, niños y niñas desarrapados con sus madres, sus amigos o sus hermanos, los animales entre ellos, los carros de búfalas cargados con paja, con sillas, con más gente. La casa tiene muy poco espacio y nada de intimidad, viven siguiendo el horario que marca el sol y conviven en ese espacio común de la calle. Creo que existe una necesaria relación entre ellos que los mantiene unidos.
   Llegados al campus de la Fundación que es como un oasis, un remanso de paz, pitan los oídos al cesar el ruido y entrar aquí. La ducha, unas avellanas y un poco de mojama nos devuelven la serenidad, nos llevan al paraíso (o al nirvana). Ahí empieza la obsesión por escribir, por entrar en internet, por ver las fotografías del día. Hasta la cena donde entramos en un mundo nuevo que ya conocéis, los cooperantes. Son tan sorprendentes como los hindús, cada uno vive una historia digna de ser narrada. Ayer nos contaron unos vascos (la mayoría jubilados) el proyecto que les trajo aquí aparte de visitar la Fundación. Nos dicen que visitaron un pueblo del interior y vistieron a todo el pueblo de naranja. Os cuento, los niños no podían acudir al colegio por falta de transporte y consiguieron financiación para comprar bicicletas para todos los niños. El equipo ciclista de Euskaltel les regalo camisetas, gorras y cascos. Vi el video que grabaron con todos los niños y niñas corriendo con las bicis, jóvenes y viejos vestidos de naranja. Me contuve pero me dieron ganas de llorar, me ocurre ahora cuando os lo cuento.
   No todo es amor y paz en este país de dálits (intocables) y marajás, donde casi todo esta por hacer y lo hecho no cambia su realidad más que una brizna el paisaje. Pero todo camino empieza en un primer paso.

"Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio" (Hindú)