POST SCRIPTUM

sábado, 11 de diciembre de 2010


Hace más de un mes que he vuelto de Chad y no me había sentado a escribir. Esperaba que de alguna manera todas esas imágenes, experiencias, personas, se hicieran presentes y me obligaran a pararme delante del ordenador. Escribir es como confesar, como vomitar las vivencias, digeridas o no, de grandes comidas o frugales ágapes. No he sentido ni siquiera nauseas, hay como un bloqueo a ese tiempo en África que ha sido una de las experiencias de reencuentro conmigo mismo mayores de mi vida. Pero ahora estoy de nuevo subido al carrusel de la vida, girando sin pausa, viendo el mundo desde el caballito, con el algodón rosa en las manos. Vivimos una realidad cómoda que nos permite no necesitar pensar. Si Darwin tuviera razón nos extinguiremos no por acabar con el planeta, sino por que hemos perdido la aptitud para la vida, para la vida como lucha. La supervivencia de los aptos es un recuerdo, llenamos el mundo idiotas y perturbados, mezclados con sabios y cuerdos, sin que exista posibilidad de apartar a los incompetentes, porque ellos son los que triunfaron (como en el tango cambalache). No es que quiera bajarme de la rueda, porque lo que existe al otro lado da miedo. Pero reniego de no ser capaz de sentarme a mi lado y contarme lo bello que es el mundo, el milagro de la vida, la fragilidad del tiempo y la necesidad de vivirlo. Es necesario hablar con uno mismo, con los demás podemos compartir, pero somos individuos, es decir somos uno. Sólo con uno mismo podemos entender. Si yo soy yo porque tú eres tú, y tú eres tú porque yo soy yo, entonces yo no soy yo (un autor hindú que no recuerdo). Hay que entender al hombre como una unidad, no se explica al hombre por comparación con otros hombres, por la existencia de otros. La maldad surge como consecuencia de pensar en el otro como comparación con el yo, o con los yo afines. Cada hombre o mujer son irrepetibles, es un fin en sí mismo como dice Kant, es por tanto sagrado, sea cual sea su condición tiene idéntico valor. Si nos parasemos a pensar en lo valiosos que cada uno somos, podríamos entender el valor de los demás. Pero no tenemos tiempo.
Pensé mucho en la realidad de África, en lo que vi, en lo que sentí. Supe que no cambian las cosas porque exista buena voluntad, pero quiero creer en la buena voluntad como principio de un cambio que quizá no suceda, pero que seguro que no sucedería sin la semilla de la bondad (la maldad también ha sido el motor de las revoluciones). La semana pasada vi una película (El solista de Joe Writgh) un periodista conoce a un esquizofrénico que tiene un don para la música, fue un chelista virtuoso y la enfermedad lo enajenó, vive en las calles de Los Angeles, el periodista decide que debe rescatarlo de ese mundo y reinsertarlo en la sociedad, fracasa porque intenta trasladar al músico a una realidad que no es la suya. El músico vive en un mundo diferente y para ayudarlo no podemos cambiar su realidad, ayudarlo es estar a su lado, ser su amigo, pero no trasladarlo a la propia realidad que le es ajena. Eso ocurre con África ( no digo que los esquizofrénicos sean ellos, quizá somos nosotros) pero no podemos cambiarles el mundo, sus principios, sus formas de percibir la realidad, bastaría con estar a su lado, de no joderlos.
Creemos que la única realidad verdadera, la única verdad es la nuestra. La verdad no existe. Es una entelequia porque surge del proceso mental de explicar las percepciones. La mente interpreta lo que percibe, pero lo hace en base a las experiencias previas, los prejuicios individuales o colectivos, los conceptos sociales del grupo (los prejuicios de la tribu decía Bacon). El noumeno (la cosa en si de la filosofía kantiana) es la cosa en su existencia pura, incognoscible. Nuestra realidad es la percepción sometida a los condicionantes previos, a los apriorismos. No es más verdad que la suya o la de otros. Por eso no creo en los salvadores que portan verdades y banderas como religiones. Sólo nos salvará y les salvará a ellos, la capacidad de pensar por si mismos y poder decidir de manera autónoma. De ahí mi pesimismo en su futuro. Por eso volveré a África, porque si bien no conseguiré nunca ayudarles, recibiré algo inalcanzable desde aquí, la distancia suficiente para ver el mundo en el que vivo y el tiempo para hacerlo. Puro egoísmo, ya lo sé.